Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / piaaonce@gmail.com

Me he dado cuenta que nosotros, los mexicanos, no le damos batalla
alguna al tiempo. Nos rendimos demasiado rápido ante su paso, ante su prisa; de hecho, conforme pasan los años, sucumbimos ante él cada vez más pronto. Para muestra, hay que decir, 2019 ya nos ha ganado la batalla y apenas estamos en septiembre.
Gustavo Ferrari Wolfenson, amigo y trotamundos porteño, otrora fan del Buchanan’s, me dijo alguna vez que para conocer verdaderamente una ciudad hay que subirse a un taxi, platicar con el chofer, admirar el paisaje. Yo, a su máxima —que me ha sido tan útil— le agregaría que, además de lo del taxi, hay que ir a pararse a un puesto de tacos, escuchar lo que se dice, pedir una orden con todo.
Pues en una noche particularmente fría para septiembre,
M. y yo fuimos a los tacos sin ningún afán más que el de ahumarnos y
cumplirnos el casi natural antojo que últimamente nos asalta los viernes por la noche.
Si es viernes queremos tacos. Todo comenzó cuando una señora entrada en carnes, rompió la solemnidad silenciosa con los que
todos ahí engullíamos lo propio, cuando dijo la frase que detonó todo
un coloquio acerca del transcurrir del tiempo, la temporalidad del cuerpo y el sistema neoliberal en el que nos hemos visto sumergidos desde hace décadas: “Este aire ya es de muertos”.
La señora, acompañada de su nieta, puso sobre la mesa un delicado
tema con toda alevosía y por si fuera poco, se dio el gusto de rematar con un: “y todavía ni damos el grito”
Esto ocasionó que los que comíamos en torno al puesto, como si este se tratará de la tribuna máxima, en la que el taquero daba la palabra y la mediaba al ritmo de su hacha, comenzáramos una corta pero contundente discusión acerca de que 2019, en pleno septiembre, ya estaba terminando. Como quien dice, ya estamos en 2020.
“Es el neoliberalismo, doña”, dijo un joven que pedía sus tacos como con pena, entre murmullos. “A él le interesa que vivamos de prisa,
por eso ya ve adornos de navidad en los supermercados”.
El chofer de un taxi, con toda la autoridad que sus canas y corbata
le agregaban, reviró al joven y apuntó que no era asunto de los
supermercados, pues incluso en el mercado de su pueblo ya se veían
hasta corazones y cupidos alusivos al 14 de febrero.
“Pero de seguro son de los que sobraron este año, ¿no, jefe?”, dijo la asistente del taquero.
El taxista, ignorando a la joven, agregó que no era un tema de
sistemas idelogógicos/económicos, sino más bien, esa sensación de que el año va muy rápido, se debía a que el mexicano tiene una fijación extraña por el tiempo, en la que la medida predilecta es el sexenio y que refleja, además, su insatisfacción con el aquí y con el ahora.

Todos fingimos tener la boca llena para cuando el taxista terminó
su ponencia, pues no había más que decir.
Pero el taquero, con la habilidad intrínseca para hacer tres cosas al mismo tiempo sin rebanarse un dedo, apuntó que había escuchado
a un locutor de radio decir que faltaban 110 días para navidad.
—Yo le menté su madre en mi interior—, dijo sin pena, agregando
que el mexicano está obsesionado con el tiempo, y que el mejor ejemplo es la famosísima frase, “Buenos días, tardes ya”.
Un señor, que hasta ahora solo se había dedicado a su limpieza
bucal con un palillo de madera, retomó la idea de la señora y dijo algo
en relación a que de verdad el aire de esa noche olía a lo que huele el día de muertos, y que el calentamiento global era culpable de aquello, pues nos traía aires de no sé donde, mucho antes de tiempo, “por lo que el olor a muertos ahora hacía su aparición a finales de agosto”. Situación que, luego pensé, favorecía seguramente a los tamaleros, pues su negocio gira en torno al frío, así como el de los eloteros gira en torno a la lluvia y al olor que queda después de ella.
Hubo silencio otra vez y seguimos comiendo, hasta que una señora hizo aparición en el puesto al saludo de “buenas noches”, frotándose las manos mientras decía: “con este frío se antoja un ponche”.
Todos carcajeamos en torno al puesto de tacos, y la recién llegada, evidentemente, creyó que nos burlábamos de ella.
Y en parte era cierto.


Hoy cumple años mi lector más
joven. Lo conocí hace cinco años,
cuando tuvo la amabilidad de
corresponder una de mis columnas.
Nos hicimos amigos, aprendí de su
conversación, me contó historias de
hoteles fantasma.
Hoy, día de Covadonga,
cumple un año más de vida, y yo uno
más de ser su amigo.
Felicidades, Sergio.

Seguiré contando.


PS
Septiembre es el único mes en el que
uno puede ponerle bigotes a su coche
sin parecer un completo imbécil.
¡Aproveche!