Bitácora
Por: Pascal Beltrán
1) Simbolismo de lo nuevo. El mensaje que rindió ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional no fue oficialmente el de su Primer Informe de Gobierno, sino el de su “tercer informe al pueblo”. Los dos primeros fueron el de los primeros cien días de gobierno (11 de marzo) y el del primer aniversario del triunfo electoral (1 de julio). De continuarse con los informes trimestrales, quizá haya otro el 1 de diciembre, cuando cumpla un año en el poder. Y no apareció el Ejecutivo con la banda tricolor al pecho.
2) Simbolismo de lo viejo (que no acaba de morir). Otra vez fue tomado el primer cuadro de la Ciudad de México por las camionetas nada austeras de los asistentes al mensaje presidencial en Palacio Nacional. Muchas se estacionaron sobre la calle de Corregidora, a un costado de la sede del Ejecutivo, en violación del reglamento de tránsito de la capital. Adentro, la parafernalia acostumbrada desde que el mensaje presidencial del 1 de septiembre no se realiza en el Palacio Legislativo: una audiencia cómoda, de invitados especiales, ante la cual el mandatario no se expone a ser interpelado. Un nuevo Día del Presidente, inaugurado en 2007.
3) Éstos sí aplauden. Cuarenta y una veces fue interrumpido el mensaje con aplausos. En promedio, una vez cada 170 palabras o cada 142 segundos. El más estruendoso, cuando López Obrador prometió acabar con la violencia en las calles. “Es nuestro principal desafío”, dijo, después de reconocer malos resultados en la materia. “Pero soy hombre de retos”, improvisó. “Vamos a lograr serenar al país, es un compromiso”. Otra parte muy aplaudida fue cuando reconoció el apoyo de los empresarios para lograr el acuerdo sobre gasoductos.
4) Fueron casi siete mil palabras del discurso, pronunciado en una hora con 37 minutos. Entre las más mencionadas estuvieron México, 25 ocasiones; seguridad/inseguridad, 18; pueblo, 13, mismas veces que gobierno; bienestar, 12, y jóvenes, diez. Menos mencionadas fueron pobres/pobreza, nueve veces; cambio, siete; neoliberal(ismo), seis; honestidad, cinco; riqueza, dos, y educación, dos. La palabra ciencia no fue requerida en el discurso. El único funcionario del gabinete que alcanzó mención fue Manuel Bartlett, el polémico director general de la CFE.
5) En general, el mensaje no tuvo grandes diferencias, en temas y duración, con las 198 conferencias mañaneras que ha encabezado el Presidente desde su toma de posesión. Mismas citas de Benito Juárez, mismos lugares comunes que se han apoderado del discurso del tabasqueño. No se esperaban grandes anuncios ayer, como él mismo había adelantado. Pero fue notoria la manera en que pasó por encima de la reciente controversia sobre el abasto de medicamentos. No reiteró sus señalamientos a las empresas farmacéuticas, hechos apenas el día anterior, sino se limitó a decir que se requería un mejor sistema de distribución.
6) Así fuese sólo en ése y otros dos momentos, el discurso tuvo su dosis de autocrítica. Reconoció que la economía había crecido “poco” y que “no tenemos buenos resultados en la disminución de la incidencia delictiva en el país”. Como logros discursivos, había que anotar su capacidad de mantener el optimismo en tiempos de incertidumbre y adversidad. Pese a carecer de la estructura típica de un discurso de este tipo, el Presidente supo cerrar con un llamado a mantener el esfuerzo. “El poder es humildad y deber, y no tengo derecho a fallar”, remató.
7) Sorprendentes, aun viniendo de él, las descalificaciones a la oposición. En poco más de 40 años de escuchar discursos presidenciales en el arranque de septiembre, no recuerdo uno en el que se haya ido tan frontalmente contra los adversarios políticos: “conservadores”, “reacción”, “atónitos”, “fuera de quicio”, “desagrupados” y “moralmente derrotados”, les dijo.