Garganta Profunda
Por: Arturo Luna / @ALunaSilva
Como guiños que, si hubo capacidad, inteligencia y sensibilidad suficientes, debieron haberse recibido muy bien en el Palacio del Ayuntamiento, el gobernador Miguel Barbosa Huerta envió señales de su intento por recuperar —lo dijo literal— la armonía con la presidenta municipal Claudia Rivera Vivanco. El mismo día del 209 Aniversario del Grito de Independencia, le dio su lugar ante la gente, desde el balcón, durante la ceremonia, e incluso, para subrayar, en un mensaje vía Twitter al día siguiente, sobre la “sana relación” entre las dos administraciones. La mano del mandatario está extendida para la alcaldesa. Falta ver cuánto dura y si ella aprovecha este momento que mucha utilidad puede traerle y ahora que bien le hace falta.
A la medianoche, el gobernador, en sus acostumbrados mensajes por la red social, escribió sobre la noche anterior un tuit que acompañó con una foto al lado de Rivera:
“Con la Presidenta Municipal de Puebla @RiveraVivanco_, con quien además de compartir una deliciosa cena con platillos típicos de la región, recuperamos la sana relación entre ambos órdenes de gobierno en la entidad, tan olvidada y desgastada en los últimos años”.
No se equivoca Barbosa en los adjetivos y la referencia al pasado.
Efectivamente, las relaciones de los últimos años entre los gobernadores y los alcaldes de la capital poblana han sido pésimas.
Prácticamente entre todos.
Hace ya 20 años, el entonces alcalde priista Mario Plutarco Marín Torres tuvo roces permanentes con el gobernador Melquiades Morales Flores.
No les valió mucho ser de la misma filiación partidista.
Las diferencias y ambición del ahora conocido como el Góber precioso por llegar a Casa Puebla lo llevaron incluso a entregar la plaza en el proceso electoral de 2001, para que no llegara a la alcaldía Carlos Alberto Julián y Nácer.
La historia ya la conocemos.
El panista Luis Paredes Moctezuma ganó la presidencia municipal y Marín también pudo atajar a los delfines de Melquiades para colarse a la gubernatura.
Luego, el de Nativitas, con su muy tempranamente oscurecido sexenio con el caso Lydia Cacho, fue un severo y feroz gobernador.
Mantuvo con el pie en el cuello primero al alcalde Enrique Doger, en el trienio 2005-2008, y luego a la presidenta municipal Blanca Alcalá, entre 2008 y 2011.
De ambos fue el enemigo número 1.
Los limitó en recursos y obras y jamás permitió que le disputaran un milímetro de protagonismo, a pesar de ser ya un gobernante impresentable.
La tradición de las malas relaciones alcalde-gobernador alcanzó un punto de ignominia entre Rafael Moreno Valle y Eduardo Rivera Pérez.
En el trienio 2011-2014, el joven maravilla de El Yunque debió soportar las humillaciones públicas del mandatario.
Las más recordadas, en las ceremonias del Grito de Independencia precisamente, cuando Rivera era literalmente relegado en el palco.
La daba trato de lacayo, a pesar de ser el anfitrión en el Palacio Municipal.
La mala relación se reflejó también en la disputa por los espacios y la dirigencia partidista en el Partido Acción Nacional (PAN), en la tijera en el presupuesto y, a la postre, hasta en la persecución por las cuentas públicas de Eduardo.
Sólo pudo recomponerse cuando Moreno Valle lo necesitó como candidato en la contienda de 2018.
Tras esa tan señalada pésima relación, vino el paso de Tony Gali por la alcaldía.
Si bien el también ahora ex gobernador no tuvo graves desencuentros con Rafael, el precio fue alto: la obediencia.
Con desencuentros en los últimos tiempos, desde la campaña de 2018 y las secuelas, Claudia Rivera, la actual presidenta municipal, no ha sido bien vista por el barbosismo.
O no lo había sido.
La también morenista fue duramente criticada por su acercamiento, con tintes y justificación “institucional”, al galismo.
Fue en los días del conflicto poselectoral y se ganó la acusación de “traidora”.
Han venido otros, pero ahora es el gobernador quien ha tendido la mano para limar asperezas.
Hay que dar la bienvenida a esa “recuperación” de la “sana relación”.
Sin embargo, habrá que dudar de su vigencia.
Dependerá, por supuesto, mucho de Claudia que camine en los hechos.
Porque hay heridas abiertas.
Aún rencores en sus entornos.
Falta de oficio de algunos, en los dos bandos.
Protagonismo sobrado de otros.
Lo cierto es que Barbosa tendió la mano.
Eso es muy positivo, sobre todo en estos tiempos convulsos.