Diario de Viaje
Por Pablo Íñigo Argüelles / piaaonce@gmail.com

Las efímeras siguen visitando mi recámara. Yo nunca las había visto en ninguna otra parte, ni siquiera las veces en que he pasado la noche en lugares, digamos, más silvestres; yo no soy un tipo que suela pasar la noche en lugares silvestres.                                                     De hecho detesto el bosque, la selva, la humedad, el repelente y las casas de campaña. Y podría seguir enlistando las cosas que detesto.

            Eso viene, creo, desde la vez en que el colegio nos llevó de campamento y el viaje resultó ser tan sólo una sucesión de desgracias: Me enfermé del estómago, me quedé atorado por una largo rato en el rappel, suspendido a 30 metros de cabeza mientras todos se burlaban abajo —hay fotos de ello—; mi kayak se volteó  en medio del río y de los mangos caídos —el campamento estaba repleto de árboles de mango—que todos agarraban como si se tratara de la comida que el mismo Dios nos mandaba todas las mañanas, yo siempre escogía los que tenían gusanos, los podridos.

            Podrían, las anteriores, no parecer razones suficientemente poderosas como para odiar la naturaleza y toda esa idea que hoy se pone al rededor de ella a la que llaman “aventuras extremas”, pero así como alguien repudia el chayote hervido, yo aprendí a detestar todo lo anterior.

             No podremos negar que, además, hoy cualquiera ya pone un cable entre dos árboles en medio de la selva y  vende la idea como una aventura extrema.

            Pero yo hablaba de las efímeras, es cierto. Bien, pues ni en los ambientes más silvestres las había visto jamás. Ni cuando me quedé en una casa de campaña junto al mar, ni esa vez que asamos un chivo en medio de la oscuridad.

            Es cierto que en esta época suelen llegar más, y con más me refiero a que no importa la hora, siempre hay 3 o 4 posadas en el marco de la ventana. Verdes, pero de un verde tenue, que casi ni parece verde.

            He pasado ratos considerables observándolas, tampoco quiero parecer un tipo extraño que pasa sus mañanas encerrado en el baño analizando insectos más pequeños que una uña, pero debo aceptar que me he pasado viendo efímeras más que otros insectos, y sólo puedo decir que su forma curva y su pasividad, han completado en mi cabeza una idea muy extraña de belleza.

Mariposas

Hace 10 días descubrí un gusano negro en el techo de mi cuarto. No me dio tanto terror como haber visto una araña, pero el hecho de no saber lo que era (era tan negro que parecía un hoyo en la pared) hacía que por mi espalda bajara una suerte de escalofrío.

            Pude haberlo tirado con ayuda de una escoba para analizarlo mejor en el piso. Pero luego pensé que cabía una muy grande posibilidad de que fuera un azotador, y yo, con los azotadores, no me llevo en absoluto.

            Y lo anterior viene, recuerdo perfectamente, mucho antes de lo del campamento. Para ser precisos, desde kinder. Ahí yo pasaba mis recreos haciendo tacos de tierra (recogía hojas tiradas en el piso, les agregaba tierra, las enrollaba y las “vendía”). En una de esas búsquedas por las hojas/tortillas más grandes, descubrí un azotador. Era la cosa más hermosa que había visto.

            Lo siguiente que recuerdo es a la miss Tere vendándome la mano y untándome alcohol en la irritación.                                 Nunca lloré.

            Así que, recordado lo anterior, dejé al extraño gusano por la paz.

            El viernes pasado un revolotear de alas me despertó en medio de la madrugada. Abrí asustado los ojos. La luz que entraba desde la calle sólo dejaba ver unas intermitentes alas negras volando por todo mi techo. Cuando me escondí debajo de las sábanas y seguí escuchando el desorden, llegué a asegurar que se trataba de un murciélago.

            Me dio terror.

            Cuando hubo calma salí temeroso de entre las sábanas, encendí la luz, y mis ojos me llevaron de forma automática hacia algo que no debía estar ahí: En el mismo lugar en donde estuvo el gusano, había una mariposa negra posada, una ascalapha odorata.

            Cuando amaneció pensé que lo había soñado todo, pero ahí estaba, arriba de la puerta.

            Por cierto, ¿alguien sabe si los anotadores se extinguieron? Desde kínder que no veo ninguno.

            Seguiré contando.

***

PS

A esos que tuitean desde su PC, ¿no les da vergüenza su doble moral?