Figuraciones Mías
Por Neftalí Coria

Después de ocho meses de entregas de mi novela “No saldré vivo de París” en esta mi columna Figuraciones mías, comienzo a trazar ideas y nuevas expectativas… y de inmediato surge la obra de Juan Rulfo. Y es que la de Rulfo, en estos tiempos, es una obra necesaria a la que se debe regresar. O quien no la haya leído, debe leerla con cuidado y observar en lo que una obra como la de Rulfo, está cifrada. Sostenida por un claro realismo y una poética que la agita hacia la profundidad. A los mexicanos nos haría bien leer al menos uno de sus libros.

Por estos días preparo mi programa de televisión “De Palabra en Palabra”, y estoy ante el capítulo que he decidido dedicar al autor de “El llano en llamas”, y me encuentro con la sección “Locos bajitos”, dedicada a los niños y es en eso que he pensado: en los personajes niños, que viven en la obra del jalisciense y en los niños de nuestro tiempo que pudieran leerlo. Poco he creído que para los niños se debe escribir especialmente. Al niño se le ha menospreciado, haciendo versiones de los clásicos reducidos y demás monerías para proteger de no sé qué cosa a los niños. Sé de niños que han leído El Quijote como pueden y a tropiezos, pero se internan en la historia como cualquier lector, porque eso hacen los verdaderos lectores, y los niños pueden serlo. Y así creo que los niños pueden leer perfectamente a Juan Rulfo, al mayor escritor que tiene este país, un país de muchos mexicanos que ni siquiera lo conocen.

Los niños y la obra de Juan Rulfo ahora me inquieta y pienso en lo que puede percibir un niño al leer Macario, o que se acerca a la historia de Tacha, a la niña quien su padre le regaló una vaca y esta se ahogó en el río, lo que significó la desgracia para ella, una desgracia a la que estuvieron destinadas sus hermanas mayores.

Por otra parte, la muerte en la obra de Rulfo, está muy presente, sino es que en ella está cifrada. Y sé que mucho hay en esto de él mismo. Recordemos que en algún momento Rulfo dice: “…Mi madre murió cuatro años después. Entretanto mataron a dos hermanos de mi padre. Luego, casi enseguida, murió mi abuelo paterno. Murió de tristeza porque al que más quería era a mi padre, su hijo mayor. Otro tío mío murió ahogado en un naufragio, y así, de 1922 a 1930 sólo conocí la muerte”. Y si consideramos que Rulfo nació en 1917, en esa etapa a la que se refiere, el niño Rulfo tenía entre los cinco y los trece años; lo que nos explica que en su obra, la muerte esté presente de una de las maneras más trascendentales de la literatura latinoamericana.

No hay que olvidar que más tarde, Rulfo viviría en un orfanato del que como ha dicho en una entrevista, aprendió a deprimirse. Y es que la orfandad en la vida del autor, no hay duda, germinó desde lo más hondo en su obra. Más que la niñez, la adolescencia es lo que más está presente. Para sus personajes la desgracia es conocida y parte suya, como una condición en la que se debe vivir. Recordemos al delirante Macario, que vive en una realidad rural, donde el desconocimiento de las enfermedades mentales es un mito y en un monólogo demencial, Rulfo logra con exactitud, un lenguaje que acierta en la soledad y el delirio, en que un jovencito vive en ese mundo de pobreza, ignorancia y creencias religiosas que siempre, en ese contexto, inherentes en conjunto.

Los niños en la obra de Rulfo son seres que transitan el mundo rural postrevolucionario, niños de la guerra cristera y nada ajenos a la desgracia y a la muerte, incluso también son parte de ese tumulto de muertos, pobreza y la miseria del campo en la que el país, históricamente sigue colocado, gracias a una historia de gobiernos que han negado espacio de atención a la pobreza en el medio rural mexicano.

En Ignacio, el personaje de “No oyes ladrar los perros”, asistimos a una reminiscencia de un padre que carga a un hijo herido y que recuerda momentos importantes en la vida de su hijo, cuando le dice: “Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces. Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza… Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.”

La niñez en la obra del escritor jalisciense, aparece como desdicha, como reminiscencia y como destino de una vida en la que el futuro es un alto muro infranqueable como en el cuento de “Es que somos muy pobres”, al que vuelvo y anoto el diálogo del personaje que narra el cuento, cuando dice de su hermanita Tacha, la que ha perdido su herencia que era la vaca llamada “La serpentina”: “Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.”

Nada hay frente al futuro de los personajes niños y adolescentes en la obra rulfeana, y no veo el motivo por el que los niños y adolescentes lectores, no se acerquen a leer la obra del mayor escritor mexicano.º