Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Encontrarse cara a cara con el polvo viene a ser una actividad muy riesgosa. Me eché un clavado por mis cosas viejas. Sobreviví en el intento.

            Me encontré con algunas que tengo que tirar, unas que no quiero tirar, unas que pensé que había tirado. Y sí, es imposible no caer en la cursilería cuando uno se encuentra con objetos inertes que ya no le pertenecen.       

            O bueno, sí, pero ya no en realidad.

            La cursilería nos alienta a decir que todo en nuestros cajones y en las bodegas imaginarias parecen objetos de otra vida, seguro que eso se ha escrito miles de veces, que los objetos del pasado son cosas de otra vida, de otro mundo, de otro tiempo, y que ya nada tienen que ver con las manos que algún día las sostuvieron.

            Porque uno no es consciente de cuánto ha cambiado hasta que se encuentra con una libreta vieja, o con fotos viejas o con cosas del pasado en general. La regla del tiempo, la regla del polvo.

            Y no sabría bien decir qué cosas con exactitud fueron las que encontré, porque son un amasijo heterogéneo de objetos al que yo llamaría, no sé…cúmulos, tal vez.

            Por más que ahora intento recordar una sola cosa de alguno de esos cúmulos de tiempo alojados en bolsas negras arriba de mi vestidor o en cajas dentro de cajones, no puedo pensar en sólo una cosa que forme parte de ellos, más que, si acaso, en una credencial.

            Credenciales, siempre hay credenciales de clubes a los que pertenecimos, o de las escuelas a las que fuimos o de los trabajos de los que nos creíamos parte indispensable.

            Por ejemplo, está la primera credencial de mi primer “trabajo”. Tenía 11 años y fui reportero de Chiquiespacio, algo así como una versión localísima de Bizbirije que producía la conductora Gaby García Vinay. Lo cierto es que si la credencial lee “reportero” debajo de mi nombre, en verdad nunca lo fui. Lo que sí fui, fue camarógrafo de ese programa. No iban a hacerme un gafete especial, ¿o sí?, pero al menos cumplí mi sueño de manejar las cámaras en un set de televisión.

            También encontré mi primera membresía de Blockbuster y una credencial que me hacía el socio número 4168 de The Cavern Club, el antrucho de Liverpool en donde The Beatles comenzaron y que mi mamá me regaló a los 13.

            Qué decir de la ropa, la maldita ropa, que trae más recuerdos de los que uno pude imaginar. Desde un pantalón roto, que por algún error administrativo siempre se quedó en mi vestidor y superó los inventarios hasta mis sudaderas preferidas. Mis tenis favoritos, unos tenis amarillos terribles que compré en Nueva York y que me hicieron pasar un frío que aguanté sólo porque me gustaba cómo se veían y chamarras de equipos de beisbol que me hacen dudar de quién era yo en el pasado (léase Mets).

            ¿Por qué guardamos cosas?, ¿tendremos todos un poco de Diógenes?. Yo digo que si acaso un poco de Odiseo, y que volvemos a la Ítaca de nuestros cajones repletos de polvo y rescatamos credenciales, cartas y membresías de clubes que ya no existen.

            Si el polvo es la piel muerta, entonces todo aquellos que guardamos y de lo que nos desharemos algún día está cubierto de partes infinitesimales de nosotros, que algún día estuvieron vivas y que hoy parecen vestigios de una civilización extinta, y que se irán también, cuando todas esas cosas se vayan.

            Encuentro una foto, y Odiseo se mueve dentro de mí, me hace una visita, me da dolor, dolor del regreso y no sé a dónde, pero dolor, dolor benévolo, el dolor de añorar que la vida fuera como antes, cuando no pasaba absolutamente nada, cuando todo, absolutamente, parecía un viaje en el que transcurríamos  flotando.

            Seguiré contando.

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PS

Hay bebés que ya nacen con el título de licenciado y la corbata bajo el brazo.