Disiento
Por: Pedro Gutiérrez / @ PedroAGtz
La Medalla Belisario Domínguez es la más alta condecoración que entrega el Estado mexicano y el Senado a personajes que se distinguieron por su ciencia o virtud en grados eminentes, a favor de la patria o de la humanidad, de conformidad con la Ley Orgánica del Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos. La medalla se decide desde la Cámara alta, en honor del senador chiapaneco Belisario Domínguez, férreo defensor de la libertad de expresión que combatió a Victoriano Huerta.
En efecto, desde 1954 y hasta la fecha, destacadísimos mexicanos han sido condecorados de manos del Presidente de la República en turno por sus aportaciones a la ciencia, cultura, arte o humanidades. La primera condecorada en aquel lejano año fue la profesora Rosaura Zapata y a la par, don Erasmo Castellanos Quinto. También recibieron la presea ilustres mexicanos como Antonio Díaz Soto y Gama y Heriberto Jara (integrantes del Congreso Constituyente de 1916-1917); Isidro Fabela (afamado diplomático); Jaime Torres Bodet (quien fuera secretario General de la UNESCO); el doctor Ignacio Chávez (cardiólogo eminente); Eduardo García Maynez (catedrático emérito de la UNAM y quizá el autor de derecho más renombrado aún en México), Miguel León Portilla (recién fallecido) o Manuel Gómez Morin, entre otros.
Como toda condecoración, premio o reconocimiento, la Medalla Belisario Domínguez no está exenta de discusiones o polémica en torno a la idoneidad de aquél que la recibe. Si bien es cierto que en las primeras décadas los condecorados eran una suerte de los preferidos del oficialismo priista, desde hace al menos 20 años las decisiones que ha tomado el senado pueden considerarse como plurales y hasta justas: lo mismo se ha premiado a hombres y mujeres, de derecha o izquierda, científicos y humanistas, partidistas o apartidistas. Sin embargo, este año es la excepción y la medalla parece abaratarse vulgarmente, pues se entregará a Rosario Ibarra de Piedra.
El sector ideológico de izquierda en el país podría alegar que es un reconocimiento justo y de hecho lo están celebrando sin tapujos. Ahí está la edición semanal de la revista Proceso, que en su portada ilustra y presume a la nonagenaria activista. Sin embargo no debemos pasar por alto el origen del activismo y carrera política de la señora Ibarra: la pertenencia de su hijo, a la sazón desaparecido, a grupos criminales en la década de los 70.
Ciertamente, Ibarra de Piedra perdió un hijo en el negro episodio conocido en nuestro país como la guerra sucia. Su vástago, Jesús Piedra Ibarra, pertenecía a la Liga Comunista 23 de Septiembre, un grupúsculo de delincuentes acusados de cometer robos y algunos asesinatos, entre otros, el del policía Guillermo Villarreal Valdez, de quien se dice fue muerto por el hijo de la hoy condecorada. El gobierno mexicano y sus incipientes departamentos de inteligencia desparecieron a no pocos integrantes de la concitada Liga 23 de Septiembre por órdenes superiores provenientes del entonces presidente de la República, Luis Echeverría. Entre los desparecidos, Jesús Piedra Ibarra.
Nadie quisiera perder un hijo y por supuesto que cualquier madre haría todo por encontrar a quien es sangre de su sangre, contra viento y marea. Sin embargo, a nadie debe escapar que el activismo de Rosario Ibarra por encontrar a su hijo y otros desaparecidos fue por una causa de suyo ilegal, sanguinaria, profundamente ideológica y contra el Estado mismo. Originalmente, el modus operandi de los integrantes de dichos grupos clandestinos fue la barbarie, la rapiña, el asalto, la violencia injustificada contra el régimen y los poderosos (los fifís de entonces). La señora Ibarra de Piedra inició entonces un largo periplo en el que no queda muy claro el origen del financiamiento de su activismo, recibiendo a veces graciosas concesiones del propio régimen, siendo candidata satelital y a modo del sistema otras tantas, sentándose a dialogar lo mismo con Carlos Salinas que con Vicente Fox, a quien un día negó el saludo irrespetuosamente. El activismo social devino en show, donde lo mediático se impuso a la búsqueda de la justicia. Ibarra llegó a ser senadora, pasando sin pena ni gloria por la tribuna congresional.
El Senado mexicano no actuó, evidentemente, con independencia legislativa, pues la línea es la línea y la condecoración es una reacción al desafortunado lapsus por el que la 4T llamó valientes a los delincuentes; por lo que hace a ella, fiel a su estilo irredento, ha insinuado que no acudirá a Xicoténcatl para recibir la medalla. Antes que condecorar a quienes protegieron y promovieron la delincuencia organizada contra el Estado mexicano, bien haría López Obrador en intentar procesar y castigar en todo caso a Echeverría, culpable de la guerra sucia. Pero no lo hará, pues el ex presidente es mentor de muchos en el actual régimen.