Disiento
Por: Pedro Gutiérrez / @PedroAGtz
En política, la forma es fondo, apuntaba hace ya varias décadas Jesús Reyes Heroles. No hay gesto, mensaje, insinuación o explícita aseveración que no se relacione con un auténtico sentimiento, admiración y, por supuesto, ganas de emulación.
Fidel Castro fue un dictador brutal, en palabras de prácticamente todos los líderes políticos del mundo libre, escritores, premios Nobel y defensores de derechos humanos en el planeta. Cuba, desde 1959 cuando se estableció el socialismo, no es precisamente el mejor ejemplo a seguir: pobreza inmisericorde, ausencia de libertades civiles y políticas, totalitarismo rampante y violaciones sistemáticas de derechos. En fin, nadie defiende a la isla ni a sus próceres, excepto un puñado de personajes en el mundo, algunos de ellos mexicanos hoy enquistados en el poder.
Fidel Castro fue un revolucionario burgués; la revista Forbes le reservó un espacio honorífico en la lista de los políticos y gobernantes más acaudalados del planeta, con casi mil millones de dólares en su momento. Fidel Castro era un experto demagogo que manejaba a la perfección a las masas, casi hipnotizándolas con sus interminables discursos en la plaza pública. Mientras el comandante peroraba ocho horas en la plaza principal de La Habana, la cuenta bancaria del dictador se incrementaba minuto a minuto, mientras los cubanos que lo escuchaban por obligación vivían en la zozobra por no saber si comerían algo al día siguiente.
Castro debe la mitad de su periplo revolucionario exitoso a la ayuda que encontró en México allá por la década de los 50. En efecto, después de ser aprisionado en nuestro país, Fidel y sus secuaces aprovecharon la mano amiga que les tendió otro inefable de la política latinoamericana: Lázaro Cárdenas. El vetusto militar —presidente de México de 1934 a 1940— que había reformado la Constitución durante su sexenio para impulsar la educación y doctrina socialistas en nuestro país, intercedió por los revolucionarios cubanos, los liberó y los impulsó a emprender el golpe de Estado que derrocaría a Fulgencio Batista en 1959. Sin la ayuda de Cárdenas y el gobierno mexicano, Fidel Castro quizá no hubiera tenido éxito en su lucha populista revolucionaria. Bien vale la pena reflexionar si en el tortuoso destino del pueblo cubano bajo el régimen castrista, los mexicanos tenemos una responsabilidad histórica, moral y política que no podemos presumir. Cosa curiosa: a los derrocamientos de los gobiernos de izquierda perpetrados desde la derecha —como el del caso chileno— se les llama golpes de Estado, pero a los derrocamientos inspirados en el socialismo —como el de la Cuba de Castro— se les da por llamarse revoluciones.
En las últimas semanas vimos eventos oficiales de Estado y en redes sociales una vorágine de loas y alabanzas al comunismo cubano y las figuras de Fidel Castro y el Che Guevara, entre otros. Lo anterior, so pretexto de la visita a México del presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, heredero por decreto y no por virtud democrática del régimen castrista. En efecto, el Presidente cubano es el sucesor político del régimen totalitario en la isla, preservando el discurso antimperialista y demás payasadas que sólo esa estirpe puede proferir. Vimos a una presidenta nacional de Morena, cuyo nombre ni siquiera vale la pena escribir, promover la visita del nuevo reyezuelo cubano como un acercamiento fraterno entre pueblos históricos que coinciden en valores y destino. ¿Qué quiere decir Citlali (ya lo escribí) con la apología de dichas coincidencias? ¿Acaso México quiere y aspira a convertirse en una dictadura, en un socialismo empobrecedor, o en un régimen violador sistemático de derecho fundamentales?
Dicen por ahí que, a confesión de parte, relevo de pruebas. Y efectivamente, cuando Fidel Castro profirió aquella frase con tufo a epitafio “la historia me absolverá”, ya se sentía culpable a priori del fracaso de la revolución y de su rol tiránico y genocida. Y, como decíamos, en política la forma es fondo o, más coloquialmente, si camina como pato y grazna como pato, es pato. Morena, al menos su dirigente nacional, quisieran un modelo de gobierno en México que se parezca más a la autocracia que a la democracia, más a la pobreza del comunismo pseudoigualitario que a la competitividad en un clima de libertades económicas, más a la violación de derechos humanos que la defensa de los mismos. Al tiempo.