La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía
Mucho se ha hablado del dicho del gobernador Miguel Barbosa Huerta sobre el célebre castigo de Dios.
Mucha tinta ha corrido para descalificarlo.
Incluso, dos desprestigiados panistas —Fox y Calderón— salieron para supuestamente enmendarle la plana.
Resulta curioso que un dicho proveniente de la cultura popular haya desatado tanta polémica.
“Dios castiga sin palo y sin cuarta”, decían nuestras abuelas.
Esa metáfora tenía un significado divino a la hora de los ajustes de cuentas.
Y es que Dios, que es todo amor —según reza la iglesia católica—, se convertía en un Dios justiciero a la hora de la verdad.
Es decir: en un Dios que castigaba sin golpear a nadie.
Un resbalón funesto podía ser la imagen en la que descansaba la ira divina.
Y no es que Dios empujara al pecador.
Él solamente orientaba el castigo sin meter las manos.
Hay una tentación permanente por mezclar lo sagrado con lo real.
El propio Michel Foucault —una de las mayores celebridades en el ámbito del análisis de la experiencia del lenguaje— dedicó libros enteros a desentrañar ese fenómeno.
El lenguaje es un ser vivo y, por desgracia, severamente ignorado.
Cuando las palabras dejan de significar, y dan paso al horroroso y recurrente lugar común, ocurren polémicas como las que hemos visto recientemente.
¿Qué quiso decir el gobernador Barbosa al asegurar que las muertes de Rafael Moreno Valle y Martha Érika Alonso obedecían a un castigo divino?
Eso: que Dios — el dios de los católicos— los había castigado sin palo y sin cuarta.
No es que Dios haya colocado algún artefacto en el helicóptero en el que viajaban la gobernadora y el ex gobernador.
No es que Dios haya empujado el aparato al vacío.
Su “Dios los castigó” es la metáfora de un enojo entendible: el de un hombre que sufrió durante meses la embestida brutal del poder.
¿Es malo hablar entonces del castigo divino?
Lo es para hipócritas como Calderón, quien en vida movió todo para castigar a la pareja.
¿O ya nos olvidamos de las embestidas que los calderonistas lanzaron en contra de los morenovallistas?
¿Y qué tal Ricardo Anaya, Marko Cortés y demás ofendidos?
¿La doble muerte los limpió de culpa?
¿Los exoneró?
¿Qué es peor: acciones reales de exterminio político o dichos de la cultura popular sobre castigos divinos?
En un reciente conversatorio, cuyo marco fue la presentación de una novela de quien esto escribe, el gobernador Barbosa dijo que cuando se enteró de la muerte de Moreno Valle y su esposa rezó al lado de su familia.
Queda claro que el gobernador es un hombre creyente y un católico en activo.
Tanto los rezos por las almas de los recién fallecidos como el “Dios los castigó” entran en el contexto de la experiencia del lenguaje.
Son expresiones ligadas al mundo de lo sagrado.
No van más allá.
No es que el gobernador Barbosa haya deseado la muerte de sus contendientes políticos.
No es que se haya burlado del siniestro en el que murieron.
Sólo transparentó un enojo: el de quien se sintió burlado por lo que consideró un fraude electoral.
Las palabras son estados de ánimo que explotan o hacen implosión.
El problema es que las cosas han dejado de significar.
O han pasado a significar lo que a nosotros conviene.
Las reacciones “puristas” y llenas de espanto de quienes criticaron al gobernador sólo evidencian una terrible doble moral.
El mejor ejemplo de ésta fueron las de los impresentables Fox y Calderón.
La hipocresía en su máxima expresión.
Qué patéticos.
Cuando alguien le preguntó al célebre Confucio sobre la necesidad de una reforma para sanear la vida pública, el filósofo chino respondió que una primera reforma tendría que ser la del lenguaje.
¿La razón?
Que desde el año 500 antes de Cristo el lenguaje se había corrompido y había dejado de significar.
Este falso debate nos muestra que esa asignatura doblada de reforma sigue pendiente.
Es una pena.
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El Regreso
Después de una veintena de días, en la que el quintacolumnista estuvo ausente de este espacio debido a un viaje por Francia, Holanda, España y, sobre todo, la Federación Rusa, hoy estamos de vuelta.
Gracias al generoso e hipócrita lector por la brutal tolerancia.