Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria 

La vida suele darnos de regreso, lo que a ella le dimos. Con nada se queda. Todo nos lo devuelve, lo he sabido desde hace tiempo y siempre que llegan fechas en que es inevitable no contar el tiempo de mi vida, se desbordan las preguntas. Y ahora que ya llega la fecha de mi cumpleaños, hago un recuento de lo que la vida no me dio, pero sobre todo lo que me ha dado y lo que también me hubo arrebatado y ya nunca me ha devuelto. Quizás sea la hora de hacer un grande recuento, un balance minucioso, un ajuste de cuentas, un reconocimiento de las cosas de mi vida, de mi poesía que es numerosa (18 libros publicados; 8 terminaos e inéditos), de mis doce novelas, de mis nueve obras de teatro, mis dos guiones para cine, mis muchas prosas en las columnas a lo largo de casi veinte años, mi programa actual de televisión que lleva más de cincuenta capítulos y ahora su comienzo en la radio. También enumero mis momentos de escuchar música y mis sueños de pintar pájaros… Un recuento de lo que la vida me dio y le devolví. Y parece que estamos a mano, aunque todavía tenga deseos de seguir escribiendo. 

Y pienso en el silencio de esta mañana fría: “¿Es hora de hacerlo?” No lo sabe nadie, mucho menos yo. Y nadie sabe tampoco, si es necesario hacer tal inventario para que la memoria escupa las cenizas y otros restos de lo que fuera el pasado con sus fracasos y alegrías; da lo mismo, ya han pasado. Sin embargo, no puedo dejar hacer este recuento en el silencio de mis caminatas, de mis momentos de soledad dulce, de mis recorridos de la ciudad donde vivo, los cafés, los bares que visito, las tardes pensando y los pájaros en sus jardines.

Mirar hacia atrás, es para aquellos que se arriesgan a mirar el vacío que han dejado las cosas que un día fueron y estuvieron en su vida. Y creo yo que es indispensable hacerlo. Mirar de frente y hacia atrás, enfrentar los recuerdos de la clase que estos estén hechos. Mirar las cosas que nos dio la vida y nos quitó, aunque podemos preguntarnos si fue ella, la maestra vida quien nos hubo dado o quitado. Habrá otros a quienes un dios en sus diversas facciones, les entregó todo y todo les quitó, otros, creerán que fue el destino o el demonio quien les arrebatara y un dios quien se las devolviera. Por ahora, yo prefiero creer que ha sido la vida, así como se llama. Y si hay milagros y yo he sido beneficiario, lo agradezco. Lo que sí puedo decir es que en la vida hay una naturaleza que me cautiva y me seduce con sus misterios y nunca he podido escapar de esa seducción. Y quizás sea por eso que no dejo de escribir, como quien busca respuestas y debe trazar rutas por donde seguir andando. Pero ahora es del tiempo de lo que me importa hablar y por supuesto, de esos pasos largos que el tiempo da sobre mí y en ellos me lleva, hasta preguntarme cada año lo que ha sido de mí, más que lo que de mí ha de ser. 

Desde 2004, he escrito un poema cada 5 de noviembre y ahora que leo las quince piezas, advierto que son preguntas y más preguntas y me gusta no responderlas por imposibles y absurdas en el presente.

Hay quien prefiere no mirar hacia atrás de su tiempo porque teme y no soporta ver todo aquello que le gustó vivir, aunque también es de temer, mirar lo que nos hizo felices, porque precisamente es algo que ya no existe. Imagino la figura de un hombre que camina hacia un punto del tiempo y siempre mira hacia delante y sólo oye a lo lejos el pasado, como un silbido que ya no significa nada. Y quizás hasta logre olvidar. Hace días traté de recordar el nombre de una persona en una conversación con amigos y no lo logre. Después que ya no era necesario recordar, ni su nombre, ni la persona –mientras leía–, apareció aquel nombre y lo dije en voz alta para nadie. Ya no se necesitaba, pero volvió y no tenía caso, ni era importante, pero así es la memoria; convoca lo absurdo y lo hermoso, los hechos no consumados, lo que amamos, lo que nos avergüenza, lo que llegamos a destruir y lo que construimos, lo que nos dolió. Y allí vienen las cosas que nos llegan a atormentar por no haberlas hecho, o las que precisamente por haberlas hecho, nos atormentan. Pienso en las cosas que no supimos y sucedieron a nuestra espalda y alguien que las vio, nos entera cuando ya no sirve de nada saberlas.

Nada ha sido gratuito y nada ha caído del cielo. Las cosas que nos sucedieron, fueron ganadas a pulso, así quiero creerlo y la vida no ha sido lo que quisieron enseñar quienes desde hace muchos años, explotan al país y no conformes con eso, lo han educado y le han enseñado al pueblo como vivir la vida.

¿Y qué me ha dado la vida? ¿Qué me ha quitado, o que no me dio? Es mucho de ambas preguntas. Y ahí está el recuento que he comenzado a hacer en mi vida diaria y sin anotarlo como un acto cotidiano más. Y pude saber que la vida me dio la poesía, me dio los libros, las noches y los sueños, el amor por el mundo, los ojos y las manos de una mujer, los árboles que están en mi memoria, los días bajo los cielos del viajero, el olor de la tinta en mis dedos, la amistad de algunos, la deliciosa traición de la página en blanco al escribir un verso que me juega en contra, una noche en el mar Caribe cuando descubrí que la poesía era verídica y tangible a mis manos. Me dio la luz de los ojos de mis hijos, el gusto por beber una copa de vino ardiendo, el café cotidiano, la contemplación de las tardes silenciosas en un bosque, las canciones que me hacen llorar, la música de Schubert, la imagen del tigre, el misterio del alacrán, el rojo de las avispas, la escritura… pero lo que la vida me quitó, también lo acepto, como la compañía de mi padre, las palabras de mi madre mientras acariciaba mi cabello, las conversaciones y la alegría compartida con Víctor Cárdenas, los juegos con un carro de madera en el polvo de mi niñez, los ojos de la niña que amé y nunca se lo dije en la oscuridad de mis primeros sueños amorosos. Una bicicleta amarilla marca Saeta, la primera noche a solas lejos de todo y resignado, la soledad para siempre. El amor arrancado, la pobreza que nunca me abandona, el enriquecimiento que los libros me dieron…

Y creo que las cosas que me han sucedido (sin adjetivos) en este tan largo tiempo, son también constantes pruebas, porque la vida también es un permanente examen y debe aprobarse, aunque hacerlo nos lleve a la desdicha o a la felicidad que siempre es momentánea. A ese futuro que por incierto, tiene el zumo de la belleza y dar con la belleza del mundo es mi única esperanza y mi permanente pasión.