Figuraciones Mías
Por Neftalí Coria

A Lupita Montes, In Memoriam.

No era una historia concluida lo que quiero contar, pero fue hasta hace días que llegó a su final y sin retorno. La cuento porque narrar nuestra historia, nos hace entenderla, y aquí en esta, en la que ahora he ahondado, hay una gratitud que debo expresar y que solo con el tiempo he comprendido, no sé si lo suficiente. Y es un pendiente que debía cumplir y con esto abono al cumplimiento:

Ya he escrito que mi dedicación al teatro, a la literatura y a la contemplación de las artes, se debe a un maestro inolvidable y a mi vocación por la soledad y el silencio que hallé en la poesía. Pero en los años, nunca dejé de agradecer a quien sin saber, me empujó a descubrir el teatro, y que fue la puerta por donde llegué también a la escritura, lo que sería mi único oficio. He escrito también  sobre el maestro inolvidable que fue el dramaturgo Sergio Magaña, con quien por vez primera supe lo que era el teatro, y por supuesto, más tarde lo aprendí de mis maestros entrañables de la Facultad, y de los que estoy estrictamente agradecido. Pero nunca he dicho, o quizás sí, pero a la mitad, que una amiga –sin saberlo– me llevó, o me guió mejor dicho, a lo que sería mi destino. Compañera de estudio en el café “El panal”, yo estudiaba veterinaria y ella medicina un año adelante de mí (ella estaba en segundo año). Su paciencia para hablar de Anatomía –ella del cuerpo humano y yo de la anatomía del caballo–, me daba la confianza en su conocimiento que siempre necesitamos tener en alguien que nos enseña. Ella había cursado esa materia que a mí me parecía importante para comprender ese universo de la vida de los animales y los hombres. Nuestros encuentros –que se hicieron muy frecuentes–, eran para estudiar y luego había conversaciones sobre aquellos temas que compartíamos. Aquellas mañanas eran deliciosas.

Por alguna razón fui confiando en ella; las razones quizás estaban en aquellos años en que se busca compañía de una mujer, aunque sea de manera platónica, pero si a eso, le agregamos que mi amiga era una persona segura y el conocimiento de la medicina le daba ante mí, la autoridad que abonaba en buena medida a la guía tras la que yo iba. Sobre ella, yo siempre supe que detrás de aquella mirada suave y compasiva, había una mujer para quien aprender de aquellos libros de medicina, era una verdad y un alimento verdadero; lo veía en la luz de sus ojos cuando con generosidad, apuntaba las diferencias entre los animales y los humanos y lograba una comparativas sobre las que me quedaba callado, pero se ampliaba la curiosidad en la que yo cada vez veían lejano el momento de ser un médico y con mucha seguridad, la veía a ella, cada vez más apegada a la carrera que había elegido y era claro que amaba.

Recuerdo que me ayudaba a repasar las disecciones de la materia de Anatomía que tenía que aprender de memoria. Marcaba las diferencias hasta en los nombres, que eso era lo único que me cautivaba. Así era mis encuentros de todos los días con mi amiga, pero también disfrutábamos del café.

Un día me dijo que habían abierto una cafetería en donde era el paradero de camiones suburbanos a una cuadra de la plaza de El Carmen. Me lo dijo con mucha emoción y que además había buen café, me aseguró.

–Vamos hoy en la tarde– me dijo–, te va a gustar, pero no te digo por qué.

Y aunque ir al café por la tarde, lastimaría mi presupuesto y significaba no ir al día siguiente al café de la mañana al menos un día, le dije que sí, sobre todo porque había agregado “te va a gustar” y el dique que casi hizo explosión en mi inquietud: “pero no te digo por qué, accionó de manera irremediable.

Ella sabía que a mí me gustaba escuchar y cantar las canciones de Serrat, que tenía una libreta forrada con una pintura de Van Gogh y que escribía versos en mis cuadernos de la escuela. Llegó la tarde y enfilé rumbo al misterioso sitio, como si fuera a acudir una a cita con otra persona que  desconocía. Nunca he olvidado el impacto que me causó ver la Casa de la Cultura por primera vez, después que nunca había entrado a la pocilga que era anteriormente. Recordando las indicaciones de mi amiga, crucé el patio grande y llegué al Ágora. Cuando vi el café estaba mi amiga sola sentada con una taza de café enfrente. Le di mis impresiones y pedí un café. Me di cuenta que ella ya había ido, porque me describió la planta alta y me dijo “tienes que verlo, te va a encantar. Aquí hay arte”, me dijo. No esperé más. Dejé mis cosas en la mesa y me fui a perder por los pasillos hasta que di con el salón de danza, el salón de los espejos. Y allí ensayaba teatro Sergio Magaña (Esto ya lo he contado muchas veces). Me quedé en la puerta del salón ante la orden del maestro a que cerrara la puerta. Me quedé en la clase de teatro. Cuando salí de allí, ni mi amiga, ni mis cosas estaban y la cafetería estaban cerrando. Al día siguiente fui al café y mi amiga me entregó mi libro de Octavio Paz y mis cuadernos de la escuela. Le dije que iría de nuevo; luego ella fue a probar suerte en mi clase de teatro, pero no era lo suyo, y no volvió a ir. El resto de mi historia, se infiere, pero reconocí mi gratitud de haberme llevado al lugar que determinaría  mi destino.

¿Y dónde está aquella amiga, ahora que ya sé cuánto le debo?… Hace algunos meses que cambiamos mi cafetería “LunaMía CAFÉ” a un nuevo domicilio y el negocio quedó justo frente a casa a la que solía acompañar a mi amiga. Y con la curiosidad de preguntarles por mi amiga a las personas que cotidianamente salen y entra a la casa, creció, y no me atrevía. Pero hace tres días, que mientras cerrábamos la cafetería, vi que encerraban un coche. Me cruce la calle y abordé a una mujer que acababa de meter el auto y le pregunté dandole el nombre.

–Ella falleció en 2012– me dijo sin más.

Me quedé sin palabras. Luego me mostró una foto de su titulación y otras fotos más. Terminó medicina, hizo especialidades, se preparó, cumplió su sueño. Y me pregunto ¿Lo habré cumplido yo?. Solo quiero decirle a mi amiga: “Gracias por darme el teatro, y por haberme arrojado a la jaula de los más hermosos leones que me devoraron. Hubiera querido decírtelo amiga querida.”