Disiento
Por: Pedro Gutiérrez

Ni menos pobreza ni mejor calidad de vida para los mexicanos. Ni democracia ni libertades en el siglo XX. Nada de eso produjo la Revolución, misma que hoy festejamos desconociendo sus orígenes y causas y cuya mejor aportación por lo que se ve, hasta ahora, es un día de asueto obligatorio por designio del calendario oficial.

Dice la historia de los libros de texto gratuitos que la cuna de la Revolución mexicana fue Puebla; en realidad, la lucha se inició gracias a Toribio Ortega en Cuchillo Parado, Chihuahua, el 13 de noviembre de 1910. Los hermanos Serdán fueron precursores del movimiento, aunque la cercanía de nuestra ciudad con la capital de la república ayudó a que los poblanos tuvieran un pedestal en la historia patria por encima del chihuahuense.

El principal actor de la Revolución, Francisco I. Madero, fue un hombre de buena fe, crédulo de las instituciones y la democracia. Y digo crédulo antes que creyente, porque si alguna debilidad tenía el Estado mexicano era precisamente la del tipo institucional. Madero pensó que con solo arribar al poder habiendo derrocado a Porfirio Díaz era suficiente para transformar al país. Nunca midió ni controló el efecto de las fuerzas armadas y su poder fáctico, por encima de los votos de la democracia. El gran ingenuo pionero de la Revolución es, por ende, Madero.

Caído Madero, la lucha revolucionaria fue una guerra fratricida que tuvo como protagonistas a caudillos que, antes que buscar el bien común, pugnaron por sus intereses particulares: Zapata, Villa, Obregón, Carranza. Unos más nefastos que otros –Villa, por ejemplo, un auténtico bandolero–, ninguno de ellos pudo presumir de la virtud de la coherencia y más bien estuvieron llenos de contradicciones. Carranza inicia su movimiento con la bandera del constitucionalismo, ya que su propio ejército se denominaba Ejército Constitucionalista  pues pugnaba en un principio por el restablecimiento del orden jurídico fundamental de 1857. Cuando las circunstancias cambiaron para Carranza, el Plan de Guadalupe que él había promulgado fue modificado para permitir el paso a una nueva Constitución, misma que redactarían diputados constituyentes afines a su programa político. En este sentido, la Constitución producto de la Revolución no fue más que la edición corregida y aumentada de la Ley Fundamental de 1857, con notorias inserciones en sólo dos rubros: el aspecto social (derechos laborales y agrarios) y el aspecto político, al blindar los constituyentes carrancistas la figura del Ejecutivo en la propia Constitución sabedores de que el mismo Carranza ocuparía esa cartera inmediatamente después de promulgada aquella.

Otro actor principal de la Revolución, Emiliano Zapata, es uno de los líderes  más aplaudidos por la historia oficial escrita en su momento por el PRI y reafirmada recientemente por Morena y la autodenominada Cuarta Transformación. Pero hay que decir que el ideario zapatista tiene sus antecedentes en el programa social de la Iglesia católica bajo la encíclica Rerum Novarum. Hoy, los nacionalistas más furibundos y uno que otro izquierdista trasnochado ignora u olvida la circunstancia de la inspiración religiosa de Zapata, quien por si fuera poco pirateó el lema Tierra y Libertad de Ricardo Flores Magón y de agraristas vinculados al catolicismo.

La realidad es que el país no mejoró mucho a partir de la Revolución que hoy, como ya decíamos líneas arriba, festejamos con todo y asueto obligatorio. En democracia, salimos del Porfiriato para caer en los ignominiosos brazos del priato. Nunca el pueblo mexicano durante el siglo XX tuvo libertades políticas y el país se convirtió, en palabras de Giovanni Sartori, en el peor modelo de  régimen autoritario de la centuria referida. Respecto a la mentada justicia social, la lucha por los más desamparados (indígenas, campesinos y obreros), la perdimos y la situación empeoró, porque ni la Constitución ni las leyes sociales secundarias tradujeron en los hechos lo que pregonaban en el texto. Hoy hay más pobres que en la década de los sesentas y tenemos un gobierno paternalista que, al cabo de los próximos años, seguirá fabricando más pobreza.

Al final, no tenemos nada que festejar con motivo de la revolución. En realidad, ésta es un mito, por más que diga lo contrario la clase política revolucionaria (PRI y Morena incluidos). Les recomiendo leer al respecto al enorme Friedrich Katz y su obra La guerra secreta en México. La Revolución ha sido una verdadera entelequia nacional, algo así como el ombligo, que no sirvió para nada.