La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía
¿En qué están pensando los críticos de Miguel Barbosa Huerta cuando cuestionan su estilo de gobernar?
¿Qué tendría que hacer él para no incendiar sus ánimos?
¿Renunciar al poder o renunciar a las canonjías que otorga éste, o renunciar al voto ciudadano?
Ganar la gubernatura de Puebla fue un manotazo que dieron los electores al pasado reciente.
Y ese manotazo es sinónimo, en el pizarrón de las etimologías, de una orden estricta:
Gobernar con todo lo que eso implica.
O en otras palabras:
Ejercer el poder.
No se ganan las elecciones para que todo siga igual.
Cada gobernante en turno trae su propia agenda.
Para sus contrincantes esa agenda suele resultar no sólo molesta, sino francamente insoportable.
Para los suyos significa todo lo contrario.
El gobernador Barbosa es dueño de una agenda que fue tejiendo desde que hace dos años llegó a Puebla como coordinador de los esfuerzos de Morena.
Cuando arribó no existía nada.
O sí: pero disimuladamente.
Había más simulación que movimiento.
Y es que el balón de Morena lo tocaban auténticos aficionados.
El primer profesional que llegó a mover ese balón fue el hoy gobernador.
Y en su toque fue forjando la multicitada agenda.
No hay improvisación en la misma.
Digamos que está escrupulosamente pensada y articulada.
Barbosa Huerta no venía de la segunda división como muchos de sus compañeros de ruta.
Él provenía de una liga premier en la que presidió el Senado de la República durante un año.
Algo así como la selección Resto del Mundo.
No hay, pues, improvisación alguna en su agenda.
Todo lo viene planeando desde los viejos tiempos de la primera elección por la gubernatura.
Y lo siguió afinando en los meses siguientes.
A sus críticos no les gustan las bajas laborales que acaba de instruir ni el incremento del pasaje.
En todos los gobiernos —desde que tengo memoria— se han instrumentado esas medidas dolorosas.
Dolorosas, sí, pero necesarias.
Cada seis años se hace lo mismo.
Y no es una ocurrencia sexenal: es la única manera de recuperar el manejo administrativo para generar políticas de desarrollo.
No hay gobierno que pueda reinventarse en el inmovilismo.
En el pizarrón de las etimologías eso simplemente no existe.
Y el movimiento genera quebrantos, ruido, zozobra.
En otras palabras: terremotos en el Gabinete.
Hay quienes logran enfrentarlos y superarlos.
Hay otros a los que les caen los ladrillos encima y los medio matan.
Sólo en el inmovilismo no pasa nada.
Pero el gobernador Barbosa no prometió el cambio para que todo siga igual.
Son los riesgos inevitables que hay en todo cambio de régimen.
Faltaba más.