Fe. A María Inés Mendieta se le apareció La Morenita del Tepeyac en su hogar, de un cuadro surgió la imagen rodeada de ángeles y luces.
Por: Guadalupe Juárez
Foto: Cuartoscuro
Una noche Inés acostada en un petate –donde siempre dormían su esposo, su hija y ella–, abrazada de su primogénita, entreabrió los ojos y vio un cuadro de la Virgen de Guadalupe a su lado, la imagen plasmada en él se movía y de los ángeles se desprendía una luz. Para Inés, ese fue el primero de muchos acercamientos con La Guadalupana.
María Inés Mendieta tiene 68 años, es originaria de Santiago Miahuatlán, madre de nueve hijos – tres mujeres y seis hombres–, abuela de 25 nietos y bisabuela de 11.
Ahora vive en Cuautlancingo, en Sanctorum, es catequista. Su vivienda es humilde y en su sala sobresale un cuadro de más de un metro y medio de alto, que casi cubre toda una pared, de la imagen de la Virgen de Guadalupe que hizo uno de sus yernos.
“Yo desde niña fui muy creyente, porque mi abuelita, la mamá de mi mamá, era muy católica, iba a toda misa, ella era la que siempre me decía que tenía que ir”.
Doña Inés, como le dicen todos, recuerda que cada que se quedaba con su abuela materna, en la noche rezaban y al otro día, a las 4 de la madrugada, volvían a recitar sus plegarias.
Y la fe no se iba a quedar en oraciones por las noches. Como la mayoría de los que practican el catolicismo hizo todos los sacramentos que marca la Iglesia. Inés hizo la primera comunión, luego su confirmación y así se fue “enamorando” de su religión, hasta esa noche en la que vio a la Virgen.
“Desde entonces yo le tuve más fe, yo iba, me confesaba, comulgaba, me acercó más a Dios, porque mucha gente no cree en la Virgen, pero digo yo, a veces no lo platico, porque hay mucha gente que ha de pensar que presumo, pero Dios sabe y la Virgen saben que no, yo la vi, y es increíble y sin embargo, tuve esa revelación, porque desde niña fui muy creyente”.
Inés se casó a los 15 años de edad, su esposo era mayor que ella por 11 años. Los primeros meses de casados dormían en un petate y una cobija en la casa de su padrastro, hasta que pudieron rentar una casa sola, con un baño de “torito” –una especie de temazcal como los utilizados en la cultura maya– y un chiquero para marranos, aunque seguía durmiendo en el petate con su marido y después con su primera hija.
“En esa casa, la dueña dejó una imagen de la Virgen, estaba grande el cuadro, un día se fue mi esposo a trabajar, estaba ahí en un tapetito con mi hija, ya me estaba ganando el sueño, cuando abro mis ojos y el cuadro de la Virgen estaba a un lado de mí, pero la Virgen viva, viva, se movía, y sus ángeles a su alrededor con luces y todo, abro bien mis ojos y se desaparece. Y es que la Virgen está donde está la pobreza, más que nada donde hay humildad, les digo, yo dormía en un petate y con mi niña solita y en ese tiempo, desde ese día, yo tuve mucha fe”, relata.
Cuando su padrastro murió, su mamá, su esposo y ella se mudaron a Cuautlancingo, a un predio que ahora queda a unas calles de la autopista Puebla–México y donde construyeron sólo un cuarto, donde dormían los tres. Ella ya con tres hijos.
Ahí, en ese terreno, criaron vacas, pollos, guajolotes y junto a su mamá hacían ropa con una máquina de coser de metal, negra, que todavía está en la sala junto a los cuadros de sus imágenes religiosas.
Inés dice que a 53 años desde que se casó, la vida ahora le ha retribuido su esfuerzo, viviendo solo con su esposo, superando la pérdida de su hija mayor y cada reto que se le presentó.
“Sí, sí me fue muy bien, porque mi esposo fue una buena persona, porque se vino del (Estado de) México y no trajo nada. (…) Para el colmo, me hice de muchos hijos, tuve nueve y pues sí sufrí mucho para levantarlos, cuando ya estaban todos, sufrí mucho. Yo le pedía a Dios: pues me he de casar, pero ponme al hombre más humilde trabajador y yo voy a hacer de él un gran hombre” y me lo concedió, porque ahora es cabeza de una familia numerosa”.
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Inés recuerda que después de haber dado a luz a siete hijos, pensó que cinco hombres eran muchos y quería una niña más, aparte de las dos que ya tenía.
Los síntomas en su octavo embarazo le indicaban que su deseo se cumpliría, pero cuando la enfermera que le ayudó a tener a su bebé en casa le dijo que era un varón, Inés mostró su decepción y entonces le pidió a la Virgen que su noveno embarazo fuera una niña, para no “estar solita” y eso sucedió. La hija número nueve de la familia de Inés fue mujer.
En otra ocasión, uno de sus hijos, cuando tenía cuatro años y ella iba a lavar a un canal que se encuentra por la zona, su hijo cayó y se lastimó, cuando caminaba, cojeaba. Entonces, Inés volvió a recurrir a su fe y le pidió a la Virgen que su hijo sanara, le hizo una promesa, que iría a visitarla a la Basílica, en Ciudad de México, y así fue.
“Para los que no creen pensarán que son coincidencias, pero para nosotros que tenemos fe, la fe mueve montañas, y teniendo fe todo se puede”.