Muy lejos del discurso de condena a la violencia contra las mujeres, con el que suele perfumar sus palabras, sus acciones descubren a la presidenta estatal del PAN, Genoveva Huerta, como una violenta agresora de los derechos de género y partidistas. Con lujo de insolencia, el pasado 7 de enero, la ex diputada federal le exigió su renuncia a Amparo Acuña, como secretaria de Promoción Política de la Mujer (PPM), con un solo e ilógico argumento: Huerta odia a su marido, Jesús Zaldívar, presidente del Comité Municipal en Puebla capital. El embate de Genoveva, que no tiene fundamento estatutario, fue de tal magnitud que habría ordenado que se violara la privacidad de la oficina de Acuña y su asistente fue retirada con escolta policiaca. El caso ya está documentado ante el presidente nacional del partido Marko Cortés y se espera una resolución contundente.
Como si no tuviera suficientes adversarios fuera del Partido Acción Nacional (PAN) poblano, Huerta busca más enemigos internos también.
Llama la atención, en este caso, además la actitud tan beligerante, machista y misógina (sí, también puede aplicar a las mujeres), con la que se conduce.
De propia boca, Genoveva dejó ver a Amparo Acuña Figueroa que no le perdona a su esposo, Jesús Zaldívar Benavides, haber vencido a su favorito, Eduardo Alcántara, en la contienda por la presidencia del Comité Directivo Municipal (CDM) capitalino.
A pesar del apoyo, incluso económico y material, que “ilegítimamente” Alcántara recibió de Huerta, fracasó su intento de apoderarse del comité de Puebla.
Se tiene documentado que durante la campaña por el CDM, entre Zaldívar y Alcántara, todos los recursos financieros, humanos y materiales le fueron retirados a la Secretaría de PMM, por orden directa de Genoveva.
Coincidentemente, esos recursos le fueron cedidos a la empresa que asesora al CDE y que casualmente pertenece a Eduardo Alcántara, Concensa, según consta en el portal de transparencia.
En más sobre el caso que nos ocupa, las frases que, palabras más, palabras menos, dijo Genoveva a Amparo, al exigirle la renuncia, con efecto a este 15 de enero, a pesar de que la felicitó por su desempeño, desnudan al pequeño dictador (misógino) que la presidenta estatal panista lleva dentro:
Aludió “su no coincidencia política con mi esposo, Jesús Zaldívar… que afectaba mi permanencia de manera determinante en el cargo partidista encomendado”…
La denuncia consta en un documento que el presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), Marko Cortés Mendoza, ya tiene en su escritorio.
La exigencia de Genoveva, del pasado martes 7 de enero, plagada de malos tratos y petulancia, la hizo frente a José Roberto Orea Zárate, secretario Técnico de Presidencia, convocado ex profeso, para generar una mayor humillación a Amparo.
Pero si de vejaciones y violencia de género se trataba, las cosas no terminaron ahí.
Por supuesto, la solicitud de Huerta fue sin mediar ningún acuerdo con la Comisión Permanente, que es el órgano partidista que avaló a Amparo Acuña.
Tras pedirle la renuncia, sin explicación, causa o justificación sólidas, a la encargada de capacitar a las mujeres panistas poblanas, para que eviten y combatan cualquier tipo de violencia, siguieron otras agresiones.
Como consta en la relatoría, al siguiente día, “la secretaria Acuña acudió a su oficina a retirar sus pertenecías y dejar en orden la oficina. Al intentar entrar, se percató que la chapa había sido forzada sin consentimiento de ella encontrando cajones registrados en desorden. Esto fue notificado oficialmente en ese momento vía oficio a la presidenta”.
Asimismo, “a la asistente de la secretaria Acuña, Mari Carmen Blanco, le fue impedido el paso a su oficina, de forma por demás grosera y hostil, también sin mediar ninguna notificación oficial…”
“Después de unos minutos, le ‘permitieron’ el paso para que fuera a recoger sus pertenecías, vigilada en todo momento por un policía y un funcionario grabando como si fuera una delincuente, a pesar de que la señora Blanco es consejera estatal, al igual que Amparo Acuña”.
Conclusión: así trata Genoveva a los de casa.
Afuera dice que respeta a las mujeres y que es intolerable la violencia de género.
Dentro actúa distinto.
Es un doble discurso.
¿Es misoginia de clóset?