Para Alejandra Gómez Macchia, por su viaje a España.
Como si fuera un ventarrón la vida avanza.
Nada se detiene.
No se detiene la escritura, los árboles no dejan de moverse, los días no tienen sosiego.
Las cosas que se quieren hacer siguen enfrente y hay que hacerlas, no, no se pueden suspender las pasiones, ni el amor a la vida.
Ya todo está aquí, y no hay regreso a la nada, ni puede impedirse lo que se comenzó hace mucho.
Ahora que los días con sus frías manos nos llevan a lugares cálidos, he pensado en las cosas que hago y no termino, en los proyectos de trabajo que se están diseñando en lo que muchas veces parece imposible; libros que hay pendientes, amigos a los que no veo y postergamos citas, lugares que no visito y antes visitaba con frecuencia, libros que se van quedando sin leer, pero el deseo por abrirlos tampoco cesa.
Los muchos cuadernos en blanco que están en mi mesa de escribir, y otros objetos que ya no sé qué están haciendo entre mis cosas.
Como si fuera un ventarrón la vida avanza.
Nada se detiene.
No se detiene la escritura, los árboles no dejan de moverse, los días no tienen sosiego.
Las cosas que se quieren hacer siguen enfrente y hay que hacerlas, no, no se pueden suspender las pasiones, ni el amor a la vida.
Ya todo está aquí, y no hay regreso a la nada, ni puede impedirse lo que se comenzó hace mucho.
Ahora que los días con sus frías manos nos llevan a lugares cálidos, he pensado en las cosas que hago y no termino, en los proyectos de trabajo que se están diseñando en lo que muchas veces parece imposible; libros que hay pendientes, amigos a los que no veo y postergamos citas, lugares que no visito y antes visitaba con frecuencia, libros que se van quedando sin leer, pero el deseo por abrirlos tampoco cesa.
Los muchos cuadernos en blanco que están en mi mesa de escribir, y otros objetos que ya no sé qué están haciendo entre mis cosas.
Todo ese pequeño mundo que se queda en silencio cuando lo miro, mis cuadros queridos sobre las paredes que los veo con el gusto de pensar en aquellos que los crearon, las cosas allí, los zapatos que hablan de caminos, la ropa que me aguarda con fidelidad, el balcón que da al cielo, la azotea que tanto me gusta para no mirar el mundo y marcharme con la mirada hacia el infinito que no me pertenece.
Muchas veces hablé azul y hablé luna allá arriba en la azotea, dije la palabra “azul”, la palabra “luna” como si fueran bumerangs al aire.
Y el cielo que muchas veces se cae y habla de su triste vacío, lo vi allá arriba desde la azotea que mucho me gusta, como si no hubiera nadie en el mundo que no deja de moverse hacia no sé dónde, o tal vez como muchos creen, hacia adelante y hacia la luz del bienestar de los hombres.
No lo sé, pero nada se detiene alrededor de nuestra vida cotidiana, nada se detiene porque el tiempo es: rieles que nos llevan como a un tren cuestabajo y allí, la vida deslizándose con el riesgo que se descarrile y caiga y ya no se levante, y se quede allí, a lo largo de la desgracia feliz de haber interrumpido lo que nunca se detuvo, porque allá, otros rieles llevan al mundo en vilo.
Hace días murió George Steiner, y creo que el mundo queda más huérfano, porque la orfandad de pensamiento es la más ingrata.
En un tiempo en el que de verdad se necesitan los pensadores, aunque también es necesario decir, que hace falta que sean conocidos y leídos de manera más amplia.
Es importante observar también que los hombres que piensan cada vez son más escasos, pero es el destino de nuestra historia. Vivimos un tiempo descerebrado y cegado por la vida en apariencia, por la superficialidad en los ideales, y quizás sin ideal alguno que tenga que ver con el crecimiento humano y de pensamiento.
Cada vez es más frecuente, escuchar expresiones que se enorgullezcan por no leer, y que cada vez pareciera que no es necesario hacerlo y observar el mundo y como si lo que hubiera que hacer, es pasar por encima de las bibliotecas y la sabiduría, con los zapatos chatos de la ignorancia y de paso, pisotear el saber y los conocimientos que guardan silencio bajo los pasos del trote de las multitudes tomándose selfies.
Ya ha muerto Harold Bloom, Umberto Eco ya murió y ahora Steiner, observaba con mis amigos de la mesa del sábado.
Tres pensadores que aunque sus libros están por ahí, la presencia de su vida era importante, porque con su muerte, no pensarán más, no miraran el tiempo, ni descifrarán el aire que lleva el destino de la historia.
Siempre he creído que cuando muere un hombre que piensa, algo se le cae a la historia, algo se desprende, algo se detiene.
Aunque es cierto que –en el caso de Steiner, Bloom y Eco– dejaron mucho de su pensamiento entre nosotros, lo que lamento es que la vida de esa especie de iluminados se interrumpa, porque sólo la vida se detiene, lo demás sigue transformándose y muchas veces cuestabajo.
He leído de Steiner, su libro “Lecciones del maestro” y no olvido su verdad, ni olvido la sensación de haber imaginado el amor al conocimiento con que debió escribir esos magníficos ensayos. Y ahora como una manera de recordarlo (siempre lo hago cuando muere alguien que escribió), leo “El silencio de los libros”, un pequeño ensayo que fue publicado en español en 2011. Y aunque me cuesta más trabajo la lectura de otro de sus libros, “Los logócratas”, me he acercado de nuevo a tan preciado volumen.
Y esta vez iré con mayor firmeza a descifrarlo, porque los libros de Steiner, a mí me toca descifrarlos con un lápiz en la mano y leerlos despacio, subrayando, traduciendo, pensando.
No soy un hábil lector de ensayo, lo que no significa que no lea tan necesario género.
Steiner fue un hombre que vio la literatura In Fabula y llegó al fondo del lenguaje como un experto viajero de las lenguas y el lenguaje.
Es cierto, nada se detiene, no hay un alto en el camino, ni la escritura, ni en la vida ni en las horas que destinamos al trabajo, al amor, al recreo, a la soledad, al silencio alegre, a beber de lo que veo pasar, nada se va a detener para que pase el tiempo inútilmente, porque es el tiempo es lo que no se detiene, lo que tiene prisa de acabar con la belleza y la juventud del mundo.
Yo mantendré vivo para mí a George Steiner, pero no sé por cuánto tiempo, eso no se puede leer el las páginas de los relojes. Y que Dios los guarde.º
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