Hombres que justifican sus agresiones sexuales con “la debilidad de la carne”; empresarios que califican de “argüendito” las manifestaciones femeninas, como la nacional que se realizará en próximo 9 de marzo. El alcalde de Culiacán, de Morena, por cierto, quien sentencia que descontarán el día a las trabajadoras del Ayuntamiento que falten por el movimiento, el que advirtió que no “solapará”, e incluso secretarias de Estado de la 4T que minimizan las protestas aludiendo a la “tentación” de lavar platos, la misoginia en México, como en Puebla, es profundamente estructural e institucional. Está cotidianamente normalizada. Por eso, por ellos y ellas, quienes descalifican la lucha femenina, más allá y por encima de la cruda realidad de los feminicidios, es que se reivindica completamente el #9M. Nomás por eso.
La manifestación convocada para dentro de dos semanas, el paro nacional de mujeres, se originó en el dolor y la rabia por los feminicidios.
Cada vez más graves, más violentos, en todo el país.
De los que Puebla es lamentablemente segundo lugar nacional.
Con siete carpetas de investigación, sólo en enero de este 2020, nuestro estado fue el segundo sitio nacional, de acuerdo con la evaluación del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Pero mucho más allá de las cifras, de las que Puebla rompió récord el año pasado al superar el número de asesinatos de mujeres de 2015 a la fecha, con 84, está la esencia misma y el origen que lleva a la misoginia asesina.
Es la misoginia estructural.
La que se respira en casa, la que se padece en la escuela.
La que se siente en las calles.
La que se vive en el trabajo.
Esa cotidiana violencia de género por sí sola justifica plenamente el paro nacional de mujeres.
No hay que ir muy lejos para detectarla.
Basta con poner oído atento a las conversaciones de sobremesa.
Hojear los diarios.
Mirar el Internet.
Salir a las calles.
“La carne es débil, la tentación es grande”, dijo un maestro la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex), ante las denuncias por acoso y luego de que se diera a conocer la supuesta venta de packs entre alumnos de la institución.
Miguel Ángel N, docente de la preparatoria 1 “Adolfo López Mateos”, quien ha sido señalado repetidamente como acosador, lo dice en un video que se hizo viral este 26 de febrero y que saltó a la información de los diarios.
Para él, lo más normal es esa conducta.
“Siempre han dicho eso de mí. Lo que a mí me preocupa, digo no me preocupa mucho, porque pues soy hombre, como los varones de aquí, y ustedes las mujercitas, son mujercitas, y la carne es débil, la tentación es grande, decía mi compadre”, se justifica ante sus alumnos.
Una más: para el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) de Aguascalientes, Pedro Gutiérrez Romo, la manifestación del 9 de marzo es un “argüendito”.
Eso dijo este mismo miércoles el representante de la Iniciativa Privada hidrocálida, para mostrar su renuencia a darles día libre a las mujeres, como empresario.
Misoginia en la escuela, misoginia en los trabajos.
Las dos anteriores son evidencia del pensamiento cavernícola machista.
Pero no solamente los hombres minimizan la lucha de las mujeres.
También otras mujeres lo hacen.
Ahí está el ejemplo de la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, quien en apoyo a su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador, salió a denigrar a las mujeres y al #9M en un con un tuit.
“Para sacudir al país este 9 de marzo en lugar de que nos quedemos en casa tentadas a lavar platos y arreglar ropa, salgamos y ocupemos el espacio público sólo para nosotras”, escribió el pasado 21 de febrero.
Y cómo no iba a dar ese resbalón, si la desmesura sobre el caso comienza en Palacio Nacional por las mañanas.
Esos son solamente ejemplos.
Una pizca de muestra.
Un asomarse a la misoginia estructural.
A la institucional.
Esas que debemos detener, para que no se conviertan en la misoginia salvaje.
En la irracional.
En la misoginia asesina.