Estos días me he preguntado, si de verdad vale la pena o ha valido la pena, difundir libros de literatura para que aquellos que no leen, lean y aquellos que leen, puedan tener alternativas para su actividad lectora de ficción. No me pregunto si se deba o no, a la autoridad que me han dado los años que en mi vida he pasado leyendo. En realidad veo que ha sido una labor altruista de la que poco he recibido los dividendos que otros, haciendo menos, se llevan al bolsillo.
Comencemos por lo que detonó la muy seria pregunta. Y claro está que la pregunta se debe a esta Figuraciones mías, mi columna semanal, y a mi De palabra en palabra, programa de televisión y radio. Y la pregunta me la hizo un amigo querido que se preocupó por mi tumultuoso trabajo y por la escasa, más bien desértica remuneración por este trabajo que a muchos no les parece que lo sea.
Hasta hoy lo hago con energía y con gusto, pero sobre todo, por la certeza de que alguien allá, que no conoceré nunca, le haya dado en uno de los libros o autores que menciono, algo más que le despierte otra luz en su vida. Y porque he visto hacerse lectores a algunos, gracias a mis talleres y a estos foros en los que hablo de autores y libros de literatura.
Mucho me gusta hablar con aquellos que leen, porque es como si habláramos la misma lengua, lo que no significa que sólo con personas que leen hable, eso ni pensarlo, más bien hablo muy poco con otros de mi oficio. Pero volvamos a la razón de mi persistencia. Hablo de libros aquí en esta columna y en mi programa de televisión, porque tengo esperanzas que los que se acercan a la pantalla, puedan descubrir algo que les hable más allá de lo que sus diversos recreos, les han dicho en su vida. Y creo que aquí el problema es serio y sencillo. He descubierto –revisando las entrevistas que Apolonia hace en la calle–, que las personas no leen porque no saben qué son los libros, ni para qué son de verdad y desconocen su verdadera utilidad, y mucho menos saben lo necesarios y maravillosos que pueden ser.
Pascal Quignard, uno de mis escritores favoritos, dice que no hay que forzar a los niños a que lean y estoy de acuerdo con él, pero yo agregaría, que no hay que hacerlos leer por la fuerza, ni por obligación, pero sí hay que enseñarles el camino del uso del libro, si quien se lo enseña lo conoce, claro, porque sólo así podrá enseñarlo. Y anoto que Pascal Quignard habla de los niños franceses, y es bien sabido que ellos viven bajo otro techo educativo, por eso hago el agregado de no dejarles de enseñar los libros, que en nuestro país siguen siendo objetos extraños.
Ya lo he mencionado muchas veces, y no sé en qué medida, o quién más quien menos, pero son los maestros y la familia, quien debe hacer este ejercicio con los niños, los adolescentes y quizás todavía en la preparatoria. Muchos me dan la razón, muchos dicen que critico a los maestros que no leen, que hablo mal del sistema educativo, que me gusta ofender a la población del mundo en educación activa, que busco veredas políticas, y hasta he llegado a ser insultado por los maestros, aduciendo que tengo algo en contra de ese medio magisterial. Eso no es cierto en absoluto. Digo lo que veo, y lo que vi, provoca mis ideas. Y me apena ver que siguen las generaciones perdiéndose en la ignorancia y el analfabetismo funcional. Siempre he dicho lo que pienso, pese a la intolerancia que siempre acecha, y no lo dejaré de hacer, como no dejaré de hablar públicamente de los libros que leo, porque a esos pocos que llegan, de algo les ayudará y eso me basta.
Dice Fray Luis de León: “…se me cayeron como entre las manos estas obrecillas, a las cuales me apliqué más por inclinación de mi estrella, que por juicio y voluntad.” Y quizás nada mejor describa la razón por la que me acerqué a los libros y he vivido en ellos y para ellos, la mayor parte de mi vida.
Mi observación (que no preocupación), es que nuestro país es precario en el uso de los libros y la lectura de libros de literatura –y agrego–, en el aprecio de las artes y el conocimiento de la cultura de la que somos parte.
Yo he hablado con hombres de poder y decisiones y les he sugerido maneras de enfrentar este problema (al menos en el Estado en el que vivo), un serio problema, invisible para los gobernantes, pero que sigue haciendo crecer la ignorancia en cada generación y que ya hoy se ha multiplicado. Todos me dicen que sí, que es importante, que hay que hacer algo, que sí, que después lo platicamos. ¡No es cierto! ¡Nunca han hecho nada! Y las buenas intenciones que me han mostrado, no lo son, ni lo fueron, ni lo serán. Y me preguntaría por qué. Es sencillo. No saben qué son los libros, y tampoco saben para qué sirven, porque nunca se acercaron a ellos como se acercaron a un balón de fútbol, una mesa de billar o una mesa de dominó. No es extremo decir, como lo he dicho otras veces, que no sabemos lo que son los libros, de verdad no sabemos lo que pueden los libros hacer de nuestras vidas, ni sabemos el poder que los libros tienen. Y es que no saber qué son los libros, ni mucho menos para qué sirven, nos dejan fofos, vulnerables, manejables, débiles, asustados por todos los misterios del mundo. Y ver eso en mucha gente, me causa desasosiego e indignación. Y esa es otra de las razones por las que seguiré difundiendo la literatura, los libros, los autores, la imaginación, la libertad de pensamiento, el lado poético de la vida y sobre todo, seguiré enseñando lo que son los libros nacidos de la imaginación, aunque a mí nadie me lo enseñara y mucho aprendizaje me dieran.º
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