Las creencias populares asocian los bacanales a fiestas desenfrenadas de alcohol y sexo. Sin embargo, fueron más que eso. Reducir la fiesta en honor del dios Baco a una buena comida y borrachera que termina con intercambios sexuales es degradarla para sacarla de su dimensión original, que tiene un peso mayor.
En el origen del culto mistérico a Baco los ritos estaban reservados exclusivamente a las mujeres. La participación de los hombres estaba prohibida. Ellas vestidas con pelos o pieles de animales, portando tirsos —varas rituales que los romanos les dieron el carácter fálico—, bailaban danzas de ritmos pausados. Poco a poco iban entrando en trance, en manía, que les conectaba con la divinidad. De acuerdo con Pedro Ángel Fernández Vega, autor del libro Bacanales: El mito, el sexo y la caza de brujas, poco se puede atribuir el consumo del vino a este estado.
La creencia era que por medio de estos ritos las mujeres que participaban en ellos lograban la pervivencia. Quizá este elemento, más la participación exclusiva de las mujeres, hizo al Senado romano pensar que la festividad daría nacimiento a una nueva sociedad que minaría los cimientos del Imperio. De este temor surge la persecución a las mujeres y su estigmatización, que hoy seguimos repitiendo.
¿Pero qué tienen que ver los bacanales con el Covid-19? Desde el surgimiento de la epidemia, en Estados Unidos, adolescentes han organizado fiestas de contagio de Covid-19. Lo hacen movidos por la idea de generar la llamada “inmunidad de rebaño”. Algunos epidemiólogos creen que si se hace un contagio controlado se acelerará la generación de anticuerpos y la creación natural de una barrera inmunológica.
Los jóvenes que participan en estos posmodernos bacanales también buscan la pervivencia o la resurrección de este nuevo fin del mundo. Si su idea funciona serían la nueva raza que poblaría al mundo. Con la inmunidad a cuestas resistirían los rebrotes que ya anticipan las autoridades sanitarias, para cuando menos los próximos dos años.
Desde luego que la Organización Mundial de la Salud tiene sus reservas sobre la eficacia de la presencia de anticuerpos en personas que ya contrajeron la inmunidad.
En México no se tiene conocimiento de que existan reuniones similares. Cierto es que los jóvenes sí muestran más reticencia a seguir las recomendaciones de confinamiento, higiene y cuidado al salir a la vía pública.
De lo que sí tenemos noticias es que dos festividades hicieron salir a las personas a las calles para ponerse en riesgo. El 30 de abril la gente se volcó a los establecimientos de comida rápida, haciendo grandes colas. Y no podía faltar el 10 de mayo, la auténtica festividad nacional.
El Día de las Madres cualquier establecimiento que tuviera comida para llevar, postres, flores, regalos, volvió por unas horas a “la normalidad”. El tráfico en las calles se igualó al de cualquier domingo familiar. Si algo no podemos soportar los mexicanos es decir que no tenemos madre. Tenemos mucha. El país entero está consagrado a una madre, a una morenita. El culto mariano está arraigado en nuestra cultura.
No necesitamos vestirnos de pieles o de pelos. Ni bailar pausadamente para entrar en manía. El tequila también es opcional. Los tirsos se los dejamos a quien nos protege con su manto: “No estoy Yo aquí que soy tu madre”. Pero no buscamos ni el renacimiento ni ser la nueva sociedad que dinamite los cimientos del Imperio. Sólo queremos regresar a la absurda normalidad.