Desde antes de que el coronavirus hiciera su aparición, en el psicoanálisis se discutía la posibilidad o no de realizar análisis por medios diferentes al tradicional consultorio-diván. Hay una gran resistencia por una parte importante, sobre todo de psicoanalistas autodenominados de orientación lacaniana, a trasgredir los protocolos de lo que consideran es la práctica clínica. Su rechazo no sólo se trata de ver pacientes por los medios electrónicos. Sino incluso de entablar comunicación con ellos por los servicios de mensajería instantánea.
Para las cosas del día a día, puedo entender lo molesto, intrusivo y hasta indignante que resulta la comunicación de esta manera. ¿Cuándo inicia y cuándo acaba una conversación por WhatsApp? Muchas de estas ni siquiera podrían adquirir el carácter de conversación, se quedan en meros mensajes emitidos por un emisor, que a veces tendrán o no respuesta, y que a veces tampoco no sabemos si esa respuesta fue o no recibida, porque hay la posibilidad de pasar como un fantasma. Podemos vivir en las redes sociales como el perfecto panóptico, ver absolutamente todo, pero además sin que nadie nos vea, eso es lo indignante y enloquecedor, negarle al otro la existencia a través de nuestra no-mirada.
Esto aplica a la vida cotidiana. Pero para el psicoanálisis, no encuentro cómo pudiera sostenerse, cuando es precisamente sobre esa materialidad con la que trabajamos.
Antes de continuar debo aclarar que aquí no se trata de decir que las aflicciones psíquicas de las personas adquirieron nuevos matices con la llegada de esta forma de lo virtual. Hoy hay rupturas amorosas que se “concretan” por un mensaje en Telegram, gente que se habla muy bien en Twitter, pero no en la calle, angustia porque la pareja tiene demasiadas amistades en Facebook o depresiones porque las publicaciones en TikTok no tienen tantos corazones como esperaban. Esto es quedarnos con la idea de que sólo hay dolencias actuales, como la psicología moderna, representada al máximo por el coaching, pregona. (Sí, también el coaching se puede disfrazar de psicoanálisis).
Decía que lo molesto de la vida actual es justamente lo que la humanidad descubrió el psicoanálisis hace más de un siglo y que ha ido tejiendo en la medida en la que se ha preguntado sobre cuerpo teórico y su práctica clínica, a lo largo de este tiempo.
Las histéricas de la Pitié-Salpêtrière le enseñaron a Freud dos cosas vitales para el psicoanálisis. Que el cuerpo humano no se limita al biológico y que la comunicación no existe. (Sí a Freud antes que a Lacan). Las formas imposibles que adquirían los cuerpos de las histéricas vistas por Charcot y por él, la obstrucción de órganos que funcionaban perfectamente, lleva a Freud a pedir después a los médicos que se preparaban analistas que olviden todo lo que saben de la biología, porque muchas atrofias corporales no comunican lo que los libros de medicina pregonan.
Negarse a ver pacientes a través de un dispositivo móvil, bajo el argumento de que no se pone el cuerpo en estas sesiones, me parece carece de validez y quizá como todo, también tenga que ver con otras resistencias del analista. Claro que se pone el cuerpo en cada sesión, también hay quien olvida conectarse para tener la sesión, también se muestran los lapsus, los sueños; también aquí el analista tiene la posibilidad de hacer surgir el significante que da lugar al efecto de sentido que se espera.
Freud mismo deja de ir a las casas de sus pacientes. A muchas de ellas las visitaba hasta dos veces al día. Abandona la idea de ver a sus pacientes cara a cara, para acostarlos sobre un diván. Lacan rompe, entre otras cosas, con la idea de las sesiones de tiempo fijo. Si Freud por pudor decidió recostar a sus pacientes o si Lacan por ganar más dinero inventó hacer sesiones de abrir, cobrar y cerrar la puerta, eso sólo ellos lo sabrían en su momento y en realidad no importa, porque lo importante en el psicoanálisis es ver los efectos que estas puestas en escena producen.
Ahora hay que ver qué efectos producen las sesiones en línea. El psicoanálisis debería recorrer el camino de esta virtualidad. La puerta está abierta. Estamos advertidos también de los riesgos que esto lleva, la mercantilización del análisis, la descolocación del lugar del analista luego de haber sucumbido a la demanda del analizante, tomar salidas de emergencia, gozar con el goce del analizante, pero también eso ocurre en las “sesiones presenciales”. Sin embargo, elegir el confinamiento, me parece, no es la mejor decisión.
Quizá debemos volver una vez más a los orígenes del psicoanálisis, cuando era subversivo. Y en este retorno a Freud no debemos dejar atrás lo aprendido. Como el saber que no hay dispositivos adecuados o un buen uso de ellos, que de suyo los dispositivos y sobre todo los modernos como los llamados móviles tienden a la desubjetivación. Entonces lo subversivo hoy es intentar restituir un uso común de estos dispositivos para que su fin sea otro.