En el México de la 4T no acabamos de salir de una cuando entramos a otra. No han terminado de caer los amparos que le llovieron al sector energético por la intentona de dejar a los privados fuera, y sus 20 mil millones de dólares invertidos en el país para la generación de electricidad por medios eólicos y fotovoltaicos, del mercado eléctrico cuando nuevamente quedamos entre las patas de los caballos. Esta vez por la incapacidad de abatir el ritmo de los contagios de Covid-19 y la necesidad, tanto de la planta productiva en los Estados Unidos como de la local, para volver a producir, no desfasarnos de la industria norteamericana, con el fin de aprovechar su eventual recuperación y detener la caída de nuestra economía.
ECONOMÍA Y POLÍTICA
La negociación del T-MEC, iniciada en la administración del ex presidente Enrique Peña Nieto y culminada en la del presidente López Obrador, significa la continuidad del proceso de integración político y comercial que, desde 1994, han tenido tanto los Estados Unidos como Canadá y México.
Dicha integración (pese a la diferencia de tamaño de las economías de los tres países, así como la inseguridad que azota al nuestro y que actualmente registra máximos históricos) ha sido sumamente exitosa; en el caso de México fue la plataforma que permitió superar la dependencia a las exportaciones de petróleo, así como impulsar el crecimiento exponencial del comercio exterior de nuestro país que pasó, en el caso de los productos manufactureros, de tres mil 61 millones de dólares exportados en enero de 1993 a 33 mil 764 millones de dólares exportados en marzo de este año.
De manera un tanto obvia esta integración implica una muy importante sincronización en las industrias y servicios de los tres países, pues dada la especialización en la proveeduría, una enorme cantidad de piezas cruza una y otra vez la frontera antes de tener un producto terminado. Desafortunadamente, cuando se dio el brote de un nuevo tipo de coronavirus en China (el Covid-19) y se extendió rápidamente al resto del mundo, las autoridades de nuestro país no tomaron en cuenta esta necesaria sincronización tanto industrial (tiempos y movimientos) como económica.
Ante esta omisión, hoy nos encontramos entre dos fuerzas que nos jalan en sentidos opuestos: por un lado, la incapacidad mexicana de reducir la incidencia de contagios de Covid-19. Y, por el otro, la necesidad de volver a producir, tanto para devolverle algo de impulso a la economía de los trabajadores mexicanos como para surtir de insumos a la industria estadounidense.
Respecto al primer tema, y más allá de las cada vez más forzadas declaraciones del doctor López-Gatell, es claro que la “curva no se ha aplanado”; por el contrario, y tal y como se puede observar en la gráfica que amablemente me facilitó el doctor César Castro, referencia obligada en la Facultad de Economía de la UNAM y director general de Binteliscope, la tendencia sigue en franco crecimiento, a pesar de que se utiliza la información oficial de la Secretaría de Salud federal:
Señalar que es “pese” a que se utiliza la información oficial se debe a que hay evidencia suficiente para ver, por lo menos con sospecha, la información que da López-Gatell. Si bien esta columna no es sobre infectología, y para eso se han publicado columnas de mayor especialización muy interesantes tanto en el New York Times como en El País, sí me atrevo a presentar un cálculo muy simple pero revelador: mientras que, a nivel mundial, de cada 100 infectados por Covid-19 mueren seis personas; en el caso de México, de cada 100 infectados mueren 11 personas. Es decir, en México la tasa de mortalidad del Covid-19 es casi del doble de la del resto del mundo.
¿Cómo explicar la diferencia? Pues sólo se me ocurren tres explicaciones: a) tenemos los peores servicios de salud del mundo y ahí es donde se dispara la estadística, b) se está subrreportando una gran cantidad de personas infectadas y eso hace que se dispare el porcentaje; c) lejos de ser la raza de bronce y curarnos el coronavirus con molito, tenemos una predisposición genética sumamente atípica que nos hace más vulnerables al Covid-19. La tercera es sumamente improbable, así que se puede ir descartando. Nos quedan dos sospechosos y ambos están en la cancha del gobierno federal: o una mala estrategia de detección y seguimiento de los casos de Covid-19 o la calidad de los servicios de salud.
Mientras tanto, los Estados Unidos arrancan con su producción y, con más dudas que certezas, muchos mexicanos regresan, en medio de la más total de las incertidumbres respecto a su salud, a sus lugares de trabajo.
OTROS PECADILLOS
Si el gobierno federal está en lo correcto, entonces el gobernador Barbosa Huerta está equivocado y la industria automotriz debería regresar a trabajar; si el gobernador Barbosa está en lo correcto, no quiere mostrar sus datos para no “balconear” al gobierno federal. Los que seguimos igual de desinformados somos los ciudadanos, mientras la industria automotriz de Puebla se desfasa y pierde lugares a nivel continental.