Homo soviéticus era una expresión despectiva surgida en los años finales de la URSS –acuñada por el escritor y sociólogo Aleksánder Zinóviev– que serviría para refutar la descripción del “hombre nuevo” que supuestamente había generado el socialismo.

A diferencia del ideal del továrich creado por la Revolución de Octubre –que, según la propaganda oficial, sintetizaba el esfuerzo colectivo y el altruismo–, el homo soviéticus era aquel que hacía como que trabajaba para desquitar el sueldo que los burócratas hacían como que le pagaban, y que sostenía cínicamente que todo lo que pertenecía al koljós (la granja colectiva) le pertenecía a él.

México, cuya propia Revolución dio lugar a un régimen de partido de Estado que duró aún más que el de Moscú, desarrolló algo similar: el homo priistus, un ser sumiso con el jefe, despótico con el subalterno, gandalla con la competencia, servidor del pueblo sólo en apariencia y creyente en dichos como la corrupción somos todos, un político pobre es un pobre político y el que no transa no avanza.

Ese homo priistus ha resultado tan persistente que muchos dudan que las alternancias de 2000 y 2018 hayan logrado eliminarlo.

Recordé esa historia por un discurso que pronunció, en febrero pasado, la senadora Beatriz Paredes Rangel, veterana de mil batallas en los regímenes del PRI.

“Es muy importante desterrar la tentación de restaurar el modo priista de conducir el país”, dijo Paredes en un foro académico auspiciado por el Senado. “El gran desafío de nuestra democracia es que logremos un mayor equilibrio entre Poderes y que robustezcamos el papel del Legislativo. ¿Cuántas veces hemos citado a funcionarios (a comisiones del Congreso) y no han querido venir? ¿Y qué ha sucedido? Nada. Entonces, ojalá no comprobemos en este tiempo de la historia de México que todos llevamos un pequeño priista dentro”.

Aunque tenía tres meses de haberse pronunciado, el discurso de la exgobernadora de Tlaxcala y expresidenta de la Cámara de Diputados irrumpió en redes sociales el viernes pasado y se volvió tendencia. Ayer, platiqué con ella al respecto en Imagen Radio.

—Hay un contexto en el que resuenan estas palabras. No caen en el vacío. ¿Tú sientes que en el estilo del actual gobierno hay un intento de restaurar el modo priista de conducir el país?

—El modo del viejo PRI. Déjame ser muy precisa, porque yo soy una militante priista y respeto mucho a mis correligionarios. Yo pienso que en México corremos el riesgo de una restauración autoritaria, que nos remonta a los setenta y a esa etapa en que toda la fuerza y todo el poder estaba en manos de un solo hombre, y que busca anular el esfuerzo de evolución democrática, en el que participamos muchos priistas democráticos y gente de otras fuerzas políticas.

“Me parece muy dramático que estemos viviendo una etapa de excesiva centralización de la vida pública, de muy poco respeto por las autoridades estatales, de una falta de disposición negociadora. Lo único que hemos solicitado los grupos parlamentarios es que se arme un gran acuerdo nacional para enfrentar la emergencia del covid, que haya diálogo, y lo que hemos encontrado es un estilo de pensamiento único, una modalidad muy unipersonal, que no corresponde con la realidad social de México ni con el empeño de las fuerzas democráticas”.

—Cuando hablas de “viejo PRI”, ¿lo ubicas en el tiempo?

—En la etapa de partido hegemónico, cuando el Presidente de la República, además de las facultades constitucionales, tenía facultades metaconstitucionales. Y esto se revela también con la idea de que se puede gobernar con decretazos y prácticamente ignorar al Congreso.

—¿Esas facultades metaconstitucionales también se están restaurando?

—Mira toda la oposición a los organismos autónomos. Es incomprensible. Los organismos autónomos son la conquista de la evolución democrática del país. No respetar el tema de la transparencia. Cuántos contratos se han adjudicado directamente en esta administración, y tan campantes. En otro momento eso hubiera sido motivo de un gran escándalo.

 

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