Si antes aplicaba al futbol mexicano la frase de José Alfredo Jiménez, “no hay que llegar primero, hay que saber llegar”, a partir del próximo certamen ni siquiera será imprescindible ese último esfuerzo, ahora sobrará con medio acercarse, con quedarse a buena distancia de la meta.

Un acelerón final bastaba durante los torneos cortos en los que ocho clubes accedían a la liguilla; acaso sumar ocho puntos en el último mes para meterse como octavo o séptimo y luchar enrachado por el título –como ejemplo paradigmático, el último campeón, Monterrey.

Desde ya, con el repechaje que incluirá hasta al puesto doce, ni siquiera. Revisando las tablas generales de los últimos campeonatos nos topamos con que es común que el duodécimo clasificado no supere los veinte puntos; es decir, menos del cuarenta por ciento de las unidades en disputa. Con eso tendrá: ganar seis compromisos, empatar dos y perder nueve. ¿Saben para qué alcanzó el cuarenta por ciento de productividad en las mayores ligas de Europa en la campaña pasada? Para finalizar entre las posiciones 14 y 16, sólo salvándose del descenso unas 2 jornadas antes del cierre.

Por vueltas que se le de y por esfuerzos por refutarlo que emprenda el titular de la Liga Mx, Enrique Bonilla, una medida que no halla mayor justificación que la económica. Se entiende. La pandemia trae consigo vacas flacas como nunca se hayan visto. Sin embargo, esa es la clave de la gestión deportiva: generar más sin la necesidad de que se juegue más.

La FIFA de Gianni Infantino, como la que le precedió de Joseph Blatter, se enorgullecía de incrementar sus ingresos, sin admitir lo esencial: que lo lograba encimando torneos y apretando el calendario futbolero a grados absurdos. Opuesto a eso, la NFL de Roger Goodell ha elevado sus beneficios sin que se muevan los dieciséis partidos por equipo en temporada regular –apenas para este año los playoffs se abren a un participante más en playoffs, aunque antes de eso ya viene multiplicando su facturación: de 6,500 millones de dólares en 2006 a casi 16 mil millones en 2019.

Ganar jugando más lo consigue cualquiera. Ganar jugando lo mismo y haciendo prevalecer un sentido competitivo, de justicia deportiva, de excelencia, de ni desgaste del producto… ese es el secreto.

Ya luego vendrá la Copa del Mundo y nuestros futbolistas serán tildados de mediocres, de inconsistentes, de incapaces de mantener su nivel por cuatro duelos consecutivos. La realidad es que estamos criándolos bajo un marco de conformidad, donde no sólo es innecesario, sino también imprudente, transformar cada aparición en una obligación de victoria.

¿O es posible exigirles ser implacables en su regularidad cuando en casa pueden ser campeones tras un semestre de cuarenta por ciento de efectividad?

 

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