Cuando surgió la Organización Mundial de Comercio, luego de siete años de negociaciones en el marco de la Ronda Uruguay del GATT, parecía que el primer director general del nuevo organismo internacional sería Carlos Salinas de Gortari.
El puesto parecía hecho para el todavía Presidente de México. No sólo comenzaría a funcionar en enero de 1995, un mes después de la conclusión del sexenio de Salinas, sino que éste se había convertido en el campeón del libre comercio luego de la aprobación del acuerdo con Estados Unidos y Canadá. Con el indudable apoyo de Washington, su llegada a Ginebra parecía natural.
Ya fuera de Los Pinos, Salinas emprendió una gira internacional para concitar apoyos a su candidatura, que no parecía detenerse ni con la crisis monetaria que se desató unos años después de que entregó el poder.
Sin embargo, el 1 de marzo de 1995, Salinas anunció que se retiraba de la carrera, en la que también competían el italiano Renato Ruggiero y el surcoreano Chulsu Kim. Y es que, 24 horas antes, su hermano Raúl había sido aprehendido, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu.
En 2012, México volvió a proponer a uno de los suyos para ocupar el cargo. En esa ocasión, se trató de Herminio Blanco, exsecretario de Comercio y Fomento Industrial durante el gobierno del presidente Ernesto Zedillo y, antes, negociador del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
En la última ronda, Blanco perdió ante el brasileño Roberto Azevêdo, quien, el 14 de mayo pasado –durante una reunión virtual con todos los miembros de la OMC–, anunció que dejará el cargo el 31 de agosto próximo, exactamente un año antes de finalizar su segundo periodo de cuatro años al frente del organismo.
Azevêdo argumentó motivos personales para adelantar su salida. Sin embargo, en una entrevista que le hice el año pasado (Excélsior, 6/IV/2019), se quejó de las tendencias proteccionistas que ya imperaban a nivel internacional.
“Estamos ayudando de alguna manera a facilitar el diálogo –me dijo–, pero si no se resuelve vamos a tener consecuencias por todos los lados, porque la economía global hoy está muy interrelacionada. Un tercio de los productos que circulan alrededor del mundo son fabricados en por lo menos dos países; entonces creo que las tensiones entre esos países (Estados Unidos y China) van a afectar a muchos otros directa o indirectamente”.
Pregunté esa vez a Azevêdo qué pensaba de los gobiernos que apostaban por producir localmente lo que consumen y consumir lo que producen, como el del presidente Andrés Manuel López Obrador.
“Cerrar fronteras y consumir sólo la producción local sería una catástrofe para el mundo entero”, me respondió. “Ésa no es la solución, la solución es sí desarrollar el mercado interno, crear empleo, pero utilizando el comercio internacional para multiplicar el crecimiento económico”.
La OMC ha dejado de tener el poder que originalmente tuvo para regir el comercio internacional. En el marco de la disputa con China, el presidente estadunidense Donald Trump ha puesto en duda su autoridad y ha bloqueado el nombramiento de nuevos miembros de un importante panel cuya función es resolver controversias.
Aun así, es extraño que México –ahora bajo el gobierno de López Obrador– intente por tercera vez que un mexicano encabece la OMC.
No lo digo por la persona propuesta, Jesús Seade Kuri, subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte. No cabe duda que Seade tiene la experiencia requerida y, seguramente, el apoyo de Washington, por su papel como negociador del T-MEC, el acuerdo que sustituirá al TLCAN a partir del mes entrante.
Digo que es extraño no sólo porque este gobierno, a pesar de haber apoyado la renegociación del T-MEC, no cree en la economía liberal, uno de cuyos pilares es el libre comercio, sino porque apuesta por sustituir importaciones, así sea más caro producir en México, y también porque, de forma consistente, ha puesto piedras a la inversión extranjera, como acaba de suceder hace apenas unos días en el sector energético.