¿En qué condiciones, en qué mundo están creciendo nuestros hijos? En un mundo por un lado hiperconectado e hiperactivo, donde el ocio, la contemplación o el descanso es mal visto y hasta condenado. Y por el otro, en un mundo también hipermedicalizado. En donde la farmacéutica se presenta ante nosotros como la solución más rápida y efectiva. Rapidez y efectividad, dos demandas que se formulan en la actualidad. Los padres recurren a la estimulación temprana de sus hijos, casi casi desde que son espermas. Les ponen música clásica desde el vientre, los llevan a natación, artes marciales, pintura, escultura, música, futbol, basquetbol, inglés, francés, alemán; a escuelas con horarios extendidos que prometen hacerlos bilingües, porque hoy no se puede triunfar en el mundo si no se habla cuando menos otro idioma, de preferencia el inglés. En las escuelas la técnica de enseñanza es por medio de dispositivos móviles que pretenden resolver el problema que plantea la enseñanza y el aprendizaje.
A pesar de las novedades, el dispositivo de la educación de las pulsiones no funciona. Entonces podría recurrirse a las terapias psicológicas. Los padres buscan esta alternativa casi con un objetivo en común: para que los eduquen, ya que en casa fallaron, y en la escuela fallaron. No han podido, por más que intentan, hacer que opere esa suerte de ortopedia emocional que le aplican, desde diferentes disciplinas y modos de pensar, para que su hijo ya no sea latoso, sea educado, obedezca las reglas que ellos ponen, no sea rebelde, saque buenas calificaciones, coma la comida que le preparan. Quieren que su hijo vuelva al estado prenatal en donde era un mero organismo que sólo les daba ilusión su llegada, y no como ahora que los cuestiona, les pone en jaque y en entredicho su papel como padres. Pero es justamente porque su poder como padres está cuestionado que muchos no llevan a sus hijos al psicólogo. Porque entonces sería tanto como aceptar que fallaron. Y cómo van a fallar ellos, tan cuasi todopoderosos, los que le hacen la fiesta más grande al niño que ni se da cuenta que es en su honor, los que le compran los juguetes más caros, los que los mandan a los colegios de renombre, les dan los dispositivos móviles, les dan lo que ellos —en su infancia— nunca tuvieron. Lo hacen incluso superando sus capacidades y hasta a costa de endeudarse de por vida. También están los que no llevan a sus hijos al psicólogo por el miedo a que se los “descompongan”. Escuché en alguna ocasión decir a alguien, una persona preparada académicamente, que tenía sospechas fundadas de que su hijo padecía esquizofrenia. Pero no estaba dispuesta a llevarlo al psicólogo, porque qué tal si le arreglaban de eso y le descomponían de otra cosa.
Como último recurso quedaría entonces la medicina. Asunto que me parece no tendría por qué abordarse, a no ser desde la perspectiva del lenguaje y del análisis del discurso, pero como los efectos que persigue son netamente biológicos, entonces sería entrar en un falso problema para el psicoanálisis. Las cuestiones que nos deberían llamar a la investigación son ¿Qué es un niño para el psicoanálisis? Y al abrir esta sola interrogación nos lleva invariablemente a pensar en la infancia, la historia, y como común denominador el tiempo.
Un planteamiento riguroso de la cuestión del psicoanálisis de niños debe toparse inevitablemente con el problema del lenguaje. Si el sujeto es puro lenguaje, antes sólo podría existir una experiencia muda. Luego entonces sería necesario que se reformulase la pregunta: ¿existe algo a considerar como la in-fancia del hombre? Con Freud es posible identificar la infancia con su concepción del inconsciente. Pero Lacan demuestra que esta infancia-inconsciente es en sí mismo lenguaje, se estructura como un lenguaje. Al hacerlo de esta manera, lo que Lacan está haciendo es ubicar fuera de la psicología toda posibilidad de la interpretación. Nos abre el camino a pensar en la imposibilidad de una infancia como una estancia psíquica pre lenguaje. El lenguaje es el origen de la infancia y la infancia el origen del lenguaje. No está sujeto a la lógica de la concepción cristiana del tiempo lineal. El hombre no es expulsado de su infancia, de hecho, a ella regresa una y otra vez para experimentar. Es la risa, quizá una de las experiencias de las que puede dar cuenta el inconsciente a través del chiste. En el análisis bergsoniano de la risa, se demuestra que no hay más que mera reminiscencia de lo infantil, es decir del lenguaje, en consecuencia, del sujeto. La infancia siempre está cayendo en el lenguaje. El niño es una cruzada que permite pasar de una esfera a la otra sin abolir la esfera significante. Es un significante de la función significante, es decir de la historia. Permiten restituir el pasado y transmitirlo al futuro. En un psicoanálisis de niños, se confiere a ellos los fantasmas, para su atravesamiento o su destrucción, que para el caso sería lo mismo. Permitir que el niño viva para ocupar el lugar de los hombres.
*Extracto del libro Psicoanálisis con niños hoy