Apropósito de la publicación del libro Psicoanálisis con niños hoy, en el que participamos varios psicoanalistas de México, España y Francia, publiqué en mis redes sociales un fragmento de un ensayo incluido en la publicación, en donde el autor aborda uno de los problemas de la “terapia” con niños; relata que muchas veces ellos, los niños, no son los que quieren estar en el consultorio; en el caso que relata su paciente le dijo “quienes necesitan análisis son mis padres”.

Este hecho provocó que una usuaria me preguntara si siempre es así, es decir, que si en todo momento los padres son los que tienen problemas y los proyectan en sus hijos a quienes quieren mandar con el psicólogo y por lo tanto cualquier intervención con los menores sería poco efectiva. En el presente artículo vamos a presentar algunas consideraciones en torno al psicoanálisis con niños, para tratar de arrojar alguna luz sobre los niños y sus conflictos psíquicos.

Debido a la edad resulta casi lógico que quienes se pongan en contacto con el especialista sean los padres. Regularmente quien llama es la madre. En mi práctica clínica tengo por hábito, en este tipo de casos, sólo preguntar el nombre del menor y acordar fecha y hora para la cita, esperando así que desde el primer encuentro sea el niño quien hable y me diga por qué cree que está ahí. El discurso de los padres es importante, sí, pero prefiero escucharlo en voz de los niños.

Fuera del consultorio, es común escuchar que la queja de los padres con relación a sus hijos surge cuando algo que venían haciendo ya no lo hacen más: “mi hijo no me come”, “mi hija no me estudia”, “mi hijo me está durmiendo tarde”, “mi hija no me hace caso y ya no sé qué hacer con ella”.

Tras escuchar estas demandas podríamos inferir que el punto de quiebre de la relación madre-hijo, es el detonante de los problemas del niño. El malestar en los padres surge cuando sus hijos ya son incapaces de satisfacer la idea fantástica que tenían de ellos desde antes de su nacimiento. Mientras son bebés o están en los primeros años de la edad escolar, para los hijos es sencillo —al parecer— cumplir el ideal que se forjó en torno a ellos. Pero hay un momento en que ya no pueden o ya no quieren. Y entonces es ahí cuando los padres deciden que los niños tienen problemas que deben ser atendidos por especialistas.

Esta lectura de los hechos nos lleva a conclusiones tales como que los hijos son el síntoma de los padres, que los hijos son el reflejo de los padres, que el comportamiento de los niños no es más que el resultado de lo que viven en casa. Desde esta postura hay algunos psicoanalistas que se niegan a ver en consulta a los niños, porque creen que el trabajo analítico se debe hacer con los padres y que en forma incidental el comportamiento de los niños cambiará.

Cierto es que hay casos en los que el niño acude a regañadientes a consulta. Esta postura hace que algunos se enojen más y no quieran trabajar sobre sí, porque de quien quieren la mirada es la de los padres, no la escucha del psicoanalista. Otros, deseosos de seguir cumpliendo con la fantasía de los padres, piden recuperar lo que perdieron durante el crecimiento para seguir siendo los reyes de la casa. En ambos casos sí es difícil el proceso analítico.

Pero, también hay otro grupo importante que tras las primeras sesiones —o incluso en la primera sesión— en las que o se oponen o quieren seguir cumpliendo el deseo de los padres, llegan a preguntarse si eso que les dicen que está mal en ellos en verdad está mal. Que si la única manera de estar en la vida (en su casa, en la escuela, con sus amigos, primos) es la que han conocido hasta el momento. Que, si hay algo más allá de la moral, de las reglas de casa, de la disciplina, en la que pueden estar a gusto con ellos mismos y quizá con los demás.

Sí la hay, se trata de la ética del deseo. Los infantes también pueden descubrir su propio deseo y el camino que deben seguir para cumplirlo, para que cuando haya malestar en su existencia sea el suyo y puedan vivirlo, desde diferentes ángulos.

Lo importante es que el niño en análisis se pregunte y dude. La duda es la única vía para que algo diferente se pueda hacer. Cuando hay certeza, no hay posibilidad de movimiento, de cambio, de abandono de actitudes, de transformación.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS PUEBLA

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