He visto los pájaros volar, les he observado en su forma y su figura que en el vuelo logran. Muchas veces he visitado algunos sitios sólo con ese fin: verlos volar, verlos vivir, mirarlos, copiarlos en mis cuadernos, dejarlos allí conmigo en las palabras y en los dibujos como joyas para la memoria personal y nada más, porque sé que cuando ya no esté yo aquí, a nadie más servirán, para lo que para mí fueron tan útiles a mi alma.
Hace algunos años, mientras caminaba con Julia, la más joven de mis hijos, vimos una parvada de aves negras por donde pasábamos y Julia me pidió el teléfono. Yo seguí caminando. La entonces niña, sin que yo me hubiera dado cuenta, tomó fotos que no vi hasta más tarde cuando ella también quiso verlas. Sin duda las fotos con pájaros más hermosas que conservo y a las que escribí un poema en prosa a cada fotografía. Eran pájaros en los cables de la luz, en los postes, en los árboles, en el cielo volando y había una tumultuosa agitación, entre los árboles cercanos, los postes de la luz, el aire, el cielo y nuestros ojos mirándolos ante la tarde que caía. Eran pájaros en el complicado mundo urbano al que han tenido que vencer para la sobrevivencia, y aunque hay muchos factores que las ciudades poseen y dañan a las aves, han sobrevivido contra la marea urbana, y lo que me da cierta pena por ellos, es que se han hecho habitantes del suelo pavimentado y la monstruosidad urbana en la que vivimos los humanos. Hoy comen basura, migajas de pan, y cuanto encuentran en la mancha urbana que tal vez sea su nuevo hábitat.
Recuerdo los zopilotes que llegaban a los árboles en las cercanías del monumento a Lázaro Cárdenas en Morelia, que alguna vez un presidente municipal iba a derribar esos árboles y en una columna mía, alertaba y pedía que no lo hicieran. Escuchó –lo supe luego– y detuvo aquel improperio del derribo de árboles que servían de alojamiento a los zopilotes que llegaban a dormir en las ramas de esos gigantes. Tiraron algunos árboles, pero por fortuna dejaron los suficientes. ¿Tenemos que ser los ciudadanos quienes debemos alertar sobre las catástrofes ecológicas a los gobernantes? Sabemos muy bien que los corruptos, por dinero negro, se multiplican como plaga y son capaces de desviar el agua, ocultarle el cielo a los pájaros y desaparecer los árboles por altos que hayan crecido. Hoy no sé si los zopilotes –esos majestuosos coroneles– sigan llegando ahí, al monumento a Lázaro Cárdenas, y así lo espero.
Nunca el vuelo –ese acto hermoso en el aire– ha dejado de asombrarme y nunca dejo de mirar los pájaros, no sólo en su vuelo, sino en su vida, en sus migraciones, su espíritu orientado, su canto, su manera de imitar el amor de los humanos en el aire y en los momentos del apareo y sus relaciones con el resto de la naturaleza.
Los pájaros en mi vida siempre los he tenido presentes y he pensado en ellos como una parte importante de mi mundo diario. En mi poesía puede verse, que a la fecha, he explorado el mundo de las aves, no para saber de ellas solamente, sino para vivir en sus cercanías, para comprender su vida. Y los pájaros parecen saber que los busco, porque ellos también me han buscado. Hablo con ellos, y sé que me hablan, nos entendemos. Así he querido creerlo. Les pongo nombre, apodos, los veo como sujetos que cuando están cerca, puedo sentir su presencia y su lenguaje, como un motivo de escritura, aunque no siempre es posible escribirlos. Otras son objeto de contemplación, y con esas imágenes la vida es hermosa, memorable y puede que quien contempla –no solo los pájaros– se acerque a la verdad.
Pero no me había preguntado, cómo es que aprenden el vuelo. No lo consulto en ninguna parte, ni acudo a la ciencia para imaginar que la ceremonia de la que he sido testigo, son las prácticas de vuelo de los que saben volar. Es cierto como lo teníamos dicho mi madre y yo, las golondrinas llegan el 5 de marzo y en la casa donde nací, hacían los nidos.
El sábado en la mañana al abrir el balcón de mi casa, vi tres polluelos golondrinas apiñados, pegados unos a otros, sobre un cable grueso que está frente al balcón. Y allí temerosos, temblaban. Su madre volaba al nido de la casa de enfrente y levantaba el vuelo como si les estuviera haciendo una demostración a los tres polluelitos que miraban el vuelo de su madre. Era obvio que aquellos tres aprendices, habían volado desde el nido hasta el alambre; ya volaban, pero ahora algo sucedía y era más grande. La madre volvía y les daba de comer pico a pico abierto y se iba. Les dio uno por uno, a los tres. Y ahora volvía y los tocaba con las alas y se iba, regresaba y con una de las alas, tocaba a uno de los polluelos, hasta que el polluelo, al ser tocado por su madre, voló tras ella. Y así la madre volvió por el segundo. Lo tocó dos veces y en la segunda vuelta, el segundo polluelo voló en sentido opuesto a la madre.
Quedaba el tercero, solitario ahí en el alambre. Yo miraba aquella escena y tomaba fotos, (tomé fotos desde que llegaron). Cuando vino la madre a tocarlo, se detuvo. Cantaba como si le dijera “vuela como tus hermanos, vuela” y el polluelo, se volvía a ver el abismo. La madre voló, hizo un rodeo y se detuvo cerca de su hijo. Le habló y se fue en un vuelo en línea recta. Y por fin el tercer pollito, se lanzó a volar tras su madre. Vi como se perdieron rumbo a la ciudad.
La mañana ya era alta y el sábado no se detendría para nadie.º