El nombre de la ciudad rusa de Krasnodar puede traducirse como “regalo rojo” o “regalo de los rojos”. Como muchas otras localidades de la extinta Unión Soviética, su denominación se modificó una vez consumada la Revolución. Así que de ser Yekaterinodar (“regalo de Catalina”, tras ser conquistada por la Rusia zarista con las guerras impulsadas por Catalina la Grande), pasó a Krasnodar.

Regalo envenenado para la selección roja, la española, que ahí se hospedaba a un par de días de iniciar el Mundial 2018. Su entrenador, Julen Lopetegui, amaneció el doce de junio dando la enésima vuelta al planteamiento con el que se enfrentaría a Portugal en el debut ibérico. Desde seis meses antes, en el sorteo realizado en el Kremlin de Moscú, el técnico vasco sabía que ese instante cumbre en su vida, el inicio de su andar mundialista, sería contra los lusitanos el quince de junio en Sochi, muy cerca de esa base en Krasnodar. Un par de décadas atrás, le alcanzó para ir convocado a Estados Unidos 94, aunque como tercer portero, sin opciones reales de jugar.

Como estratega tampoco le había sido sencillo llegar a ese pináculo, preparador de una selección favorita a coronarse en Rusia, invicto su en veinte cotejos. Dirigió al Rayo Vallecano en segunda y fue destituido al borde del descenso a tercera. Guio al filial del Real Madrid sin los éxitos augurados, dejando el puesto al cabo de un año. Por cuatro años trabajó en selecciones menores de España donde resultaba evidente su sello, lo que le llevó al Oporto en el que no cumplió con los objetivos.

Por ello, cuando en 2016 fue elegido sucesor del glorioso Vicente del Bosque en el conjunto español, hubo sorpresa. Hablaba mucho más de él su estilo de posesión de balón y presión alta sobre el rival, que su currículum. No obstante, partido a partido confirmaría su validez para ese cargo, con la Roja recuperando frescura, dinamismo, agresividad. Calificó al Mundial cediendo sólo un empate y con un balance goleador de +33.

Entonces todo se torcería en Krasnodar. Zinedine Zidane anunció que no continuaría en el timón del Real Madrid. La directiva merengue recibió negativas de sus primeras opciones para sucederlo. Florentino Pérez pensó en Lopetegui, recién renovado hasta la Eurocopa 2020, mas con una cláusula de liberación por dos millones de euros. Julen aceptó, pidiendo que se mantuviera secreto hasta que terminara el Mundial. Florentino temió que una mala actuación de España restaría legitimidad al nombramiento y exigió que se anunciara de inmediato. La federación española decidió destituirlo y que no dirigiera el Mundial tan próximo a inaugurarse.

Un día después de dejar a sus expupilos en Krasnodar, Lopetegui lloraba en su presentación en el estadio Bernabéu. Nunca mejor aplicado el refrán de “quedarse como el perro de las dos tortas”, apenas dirigiría a los merengues en catorce partidos, echado antes de cerrar ese 2018 que abrió con sueños de Copa FIFA y culminó fulminado por el Madrid.

Cada cual interpretará a su gusto la historia. No es el primer seleccionador que firma por otro equipo antes de un Mundial. Ni remotamente es el único que no sabría decir que no al en ese momento tres veces seguidas rey de Europa, el Real Madrid. Como sea, esa decisión le marcó.

Renacido ahora a cargo del Sevilla, este viernes busca el título de la Europa League. Algo más que una reivindicación para quien se pudo haber equivocado más o menos, pero se vio penalizado por esos errores como pocos de sus colegas en la historia.

 

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