La celebración de la Independencia Mexicana no es tan desconocida por la comunidad alemana, pero sí es un poco extraña y difícil de entender. Esta fiesta es tal vez uno de los choques culturales más grandes que tienen ambos países.

“Ustedes los mexicanos son tan nazis en septiembre”, me dijo una amiga alemana que vivió en México por cuatro años. Este tiempo fue suficiente para enamorarse de nuestra cultura y cada que tiene oportunidad vuelve a Puebla ansiando comer cemitas e ir a las luchas los lunes. Pero afirma que siempre se sintió incomoda con la noche del 15 de septiembre. Amaba la celebración, pero al mismo tiempo no toleraba ver tantas banderas y gente cantando el himno nacional.

En la conmemoración de los 30 años de la caída del muro de Berlín no hubo ninguna bandera alemana ahí, en su lugar el color azul de la Unión Europea tomó protagonismo, pero ni por accidente estuvieron el negro, rojo y amarillo que caracteriza a Alemania. Hubo una discusión profunda sobre si este país debería de empezar a mostrar su bandera con orgullo y sin sentir culpa.

Esos colores estuvieron ausentes porque, claramente, la historia de este país ha orillado a la mayoría de los ciudadanos a ocultar su lábaro patrio. Pero, ¿cómo entendemos eso los mexicanos? Si desde la primaria tenemos que rendirle homenaje a nuestra bandera, si prometemos desde pequeños “ser siempre fieles a los principios de libertad y de justicia…”, o peor aún, ¿cómo le explicamos nuestras prácticas patrióticas a los alemanes?

Bajo estas grandes diferencias es que alrededor de 14 mil mexicanos en todo Alemania celebran la noche del 15 de septiembre. Hay fiestas oficiales por todo el país que son permitidas por el gobierno Alemán. Y en todas ellas existe esa extrañeza y conflicto de sentirse orgullo o tal vez culpable por celebrar de esa manera.

Tanto alemanes como mexicanos han aprendido algo durante esta convivencia e intercambio cultural: a ser empáticos. Y eso es uno de los pilares esenciales para el migrante y para el país que lo recibe.

 

@dianaegomez

Diana Gómez

Cartas desde Berlín