“Hay quienes dicen que la moral es un árbol que da moras”, es una de las frases favoritas del presidente Andrés Manuel López Obrador que repite continuamente como una salida fácil a preguntas que le hacen integrantes de la prensa en sus conferencias mañaneras.

La detención de Salvador Cienfuegos, la atmósfera de su proceso, el freno del mismo y la próxima llegada del exsecretario de la Defensa a México, hace a más de uno preguntarse si el presidente ya plantó su propio árbol.

Como circo romano, el tema dio para el alarde. En una esquina Ackerman y en la otra Lozano, ambos espectros cargados de intereses aventuraron teorías para justificar a su grupo. Salieron fotos y también denuncias. Muchos ahijados y viudas le salieron a “El Padrino”. De un lado unos justificaciones, y del otro, algunos más festinaban, unas semanas después los bandos se extrapolaron.

“La moral es un árbol que da moras”, lo decía, es una frase ampliamente utilizada por AMLO, atribuida a Gonzalo N. Santos, cacique de las épocas de la revolución de San Luis Potosí, que tendrá mejor acomodo si Cienfuegos, a quien no solo las autoridades de los Estados Unidos sino cantidad de investigaciones periodísticas ubican detrás de muchas de las más agudas conexiones entre la delincuencia y el Estado, vuelve para ser libre.

A decir del canciller Marcelo Ebrard, en este juego no hay nada oculto. A decir del presidente López Obrador, no están sometidos a los intereses de nadie; pero las lecturas menos trasnochadas exhiben que el trato sobre Cienfuegos es de lo más oscuro y perverso.

Tampoco es muy agudo suponer que, si la 4T ha entregado la seguridad, las mega obras, los puertos y tantas otras tareas a la milicia, esta misma tenga ahora mano cantante en la justicia, política exterior y en los entramados transexenales. 

La militarización iniciada durante el sexenio de Felipe Calderón y continuada por el gobierno de Enrique Peña Nieto no ha sido detenida por el de López Obrador, sino legalizada y normalizada.

A Cienfuegos habría que sumarle la mítica frase de Carlos Hank González, no el actual multimillonario, sino su abuelo, quien había sido maestro rural y llegó a gobernador del Estado de México, regente del entonces Distrito Federal y secretario de Estado en un par de ocasiones. Solía decir que “un político pobre es un pobre político”.

Valdría la pena decir que, a este “pobre” político y mando militar, lo que le siguen sobrando son aliados con una moral tan baja, tan baja, que podrían plantar un campo entero de moras. Entre ellos, el líder único de la 4T.

 

Máscaras por Jesús Olmos