Han sido brutales en Puebla las resistencias al cambio de régimen, para que el gobierno deje de ser un modelo de negocios, para que la impunidad cese, para que la justicia no sea más una mercancía, para que se respeten los derechos humanos y para que el acceso a los beneficios del erario no dependa de compadrazgos y filiaciones políticas.
El demencial abuso del morenovallismo tiene una estela larguísima, que se ha venido combatiendo con la llegada de la actual administración, porque incluso en el gobierno interino cobraron en la nómina oficial y tuvieron poder muchos personajes impresentables que pretendieron seguir haciendo negocios.
El estilo del gobernador Miguel Barbosa Huerta no les gusta a muchos. Algunos pocos comunicadores se sienten profundamente agraviados en sus sentimientos, “porque el gobernador contesta muy feo”, y hacen cruzadas por la libertad de expresión en sus redes sociales, como otros actores que antes fueron verdugos y hoy se ponen la casaca de defensores. Así muchos.
(Antes teníamos que aguantar amenazas, persecución y, literalmente, acoso en la vida personal del morenovallismo y sus funcionarios. Ese es otro tema).
Este 15 de diciembre, Barbosa entregó por escrito el informe del estado que guarda la administración pública, pero no se referirá a dos años, 24 meses, de gestión.
Por ser su gubernatura producto de una elección extraordinaria, el de Zinacatepec en realidad estará informando de lo que se ha realizado en apenas 16 meses y 15 días.
De ese tiempo, 9 meses y medio han sido de pandemia, todo el tiempo cuesta arriba. La prioridad ha sido la contención de los contagios, la atención de los enfermos y la sobrevivencia.
Si a conciencia se hace una revisión hemerográfica, seca, sin apasionamientos, las críticas más agudas contra el gobernador son por su “estilo”, por si dijo “tal o cuál”, porque es “tosco”, pero nadie ha reprochado que haya dado la pelea contra los criminales vicios del pasado, como contra la inseguridad y contra la pandemia que nos ha tocado.
Viéndolo así, ni siquiera se podría suponer que es una administración con detractores que vayan al fondo, sino que se quedan en la superficialidad, como en la fatuidad de sus argumentos y adjetivos.
Quién puede considerar que es un yerro la disminución de la incidencia delictiva que, de acuerdo con cifras oficiales, es de 20 por ciento en general, en el comparativo entre 2019 a 2020.
Que el manejo de la pandemia en Puebla haya sido ya reconocido, en tres ocasiones, por el gobierno federal.
Que los apoyos a los campesinos se entreguen ahora en propia mano y ya no a las organizaciones que lucraban electoralmente.
Que estén en la cárcel quienes tanto daño le hicieron a Puebla y se enriquecieron hasta el hartazgo. Si acaso lo deseable es que ya estuvieran todos, pero las investigaciones y procesos se han venido dando.
Es tan irrelevante que se critique el particular estilo del gobernador, el que además muchos, fuera del círculo de sus allegados, festejan.
Que siga contestando feo, porque además le viene de su esencia de tribuno y de su origen parlamentario, mientras no descuide lo importante.
Piso 17 por Álvaro Ramírez Velasco