La línea discursiva trazada por las presidencias del PRI, PAN y PRD para justificar su alianza parece impecable: salvar a la República y al Estado de las fauces insaciables de la izquierda dominante. Ya se sabe que desde que comenzaron a instalar mesas políticas para repartir candidaturas y posiciones en la elección de 2021, el esfuerzo adolece de sustancia y exhibe una amalgama ideológica aún inteligible.
Es una pena que la contrastante realidad exhiba la dicotomía de lo que acusan los aliancistas y al mismo tiempo esconden. No es la defensa del pueblo ni la mejoría de un país o estado lastimado por las profundas diferencias sociales desde los tiempos en que correspondió ejercer el poder.
Se trata de un intento desaforado para retornar a un estado de privilegios de los que al menos dos de los tres líderes ataviados con ropajes de defensores del pueblo se beneficiaron: Carlos Martínez Amador del Partido de la Revolución Democrática y Genoveva Huerta del Partido Acción Nacional.
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Imposible pasar por alto la falsedad exhibida en su presentación cuando acusaron la “destrucción del estado de derecho, las instituciones y lo que por muchos años hemos construido” en momentos en que sigue a la venta un inmueble que fue domicilio y centro de operaciones políticas del jefe político a quien se rindieron sin pudor durante los últimos años.
Es nuestra “colina del perro”, a la fiel usanza del régimen de escándalo y corrupción del expresidente José López Portillo de la década de los ‘80, pero en pleno siglo XXI y en Puebla: La Casa San Miguel, cuyo valor en el mercado es de 1.5 millones de dólares y que al tipo de cambio suman 30 millones de pesos.
Huerta Villegas y Martínez Amador debieron conocer bien ese domicilio junto a otro grupo de personajes que vivieron a la sombra de un liderazgo ambicioso, sin escrúpulos y con una meta inamovible en lontananza: la Presidencia de México, aunque para ello debiera pasar por encima de quien se le colocara al frente.
La firma de alcance global Sotheby’s la tiene en exhibición. El catálogo de propiedad de la empresa encomendada para la venta de la propiedad del impulsor de quienes ahora se lanzan al ruedo como heraldos de las causas sociales, exhibe inmuebles en los sitios de mayor exclusividad en el mundo.
No hay registro en que el llamado partido “del bien común” haya condenado la opulencia y abuso del régimen que ese mismo partido político propició, como tampoco existe en el historial del PRD, ahora notoriamente descafeinado, un instituto político que ahora dirige en Puebla otro cercano a quien habitó la “colina del perro” a la poblana.
Las dirigencias de los tres partidos político que trabajan en esa agrupación amorfa, entre quienes también se encuentra Néstor Camarillo, olvidan o ignoran un principio fundacional para dar fortaleza a la oposición política en cualquier de los regímenes en el mundo: la dignidad.
Ese principio que fortalece y enriquece a quienes se proponían construir un auténtico, legítimo e indispensable contrapeso lo conocieron bien Gómez Morín y Maquío en el PAN; Heberto Castillo y Cuauhtémoc Cárdenas en la izquierda y Carlos A. Madrazo o Jesús Reyes Heroles en el PRI. Cuánta falta nos hacen.
Parabólica.mx por Fernando Maldonado