Las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020 han estado llenas de tensión y suspenso, pero el resultado final ya no está en duda: Joe Biden ganó por 306 votos electorales, frente a los 232 de Donald Trump, y se convertirá en el presidente 46 de Estados Unidos al mediodía del próximo 20 de enero.

Que Biden se llevara a casa 306 votos electorales es irónico, ya que ese fue el número exacto que ganó Trump en 2016 y que él mismo calificó como un “deslizamiento de tierra”, a pesar de perder el voto popular por 2.8 millones. Pero 2020 fue un asunto diferente: Trump no solo perdió el voto popular, esta vez por 6 millones, sino que también fue superado en estados de batalla como Michigan, Pensilvania y Wisconsin, que fueron clave para su victoria en 2016.

A pesar de la clara victoria de Biden, Trump se ha negado a ceder, afirmando repetidamente y sin evidencia que los demócratas participaron en un “fraude electoral masivo”.

Los abogados de Trump, encabezados por el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, afirmaron que había una conspiración tramada por Venezuela, George Soros, China, “Antifa” y el Partido Demócrata.

El enfoque de Trump es ser una fuerza en la política y los medios. Hacerlo requiere disminuir la autoridad de la prensa y los políticos existentes, por lo que con el tiempo ha construido una narrativa alternativa, culpándolos de fraude y corrupción.

El objetivo es deslegitimar a su oponente, colocarse como víctima de las fuerzas del mal del “estado profundo” y las “noticias falsas”, y asumir el papel del héroe: que es fuerte y no débil, una inversión narrativa para proteger la marca Trump, y mantener a raya a sus seguidores. L

 

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