Explicar lo sucedido con la actualización en las políticas de privacidad de WhatsApp es recurrir inevitablemente a los orígenes del capitalismo y su profunda afinidad con el modelo hegemónico de comunicación digital contemporáneo. Una vez finalizado el pacto social keynesiano de posguerra de los años setenta, la evolución tecnológica se caracterizó como un fenómeno heterogéneo, multidimensional y de carácter mercantilizador en todos los órdenes de la vida socioeconómica. Se trata de un instrumento que, hasta hace algunos años, proporcionó al capitalismo de una característica que había carecido hasta entonces, me refiero a un modelo sociocultural autónomo que se alimenta de los mercados globales, pero también de los vínculos sociales cotidianos con la tecnología, como si se tratara de una ortodoxia —digital— económica que logra estructuras estables de sociabilidad.

Derivado de esta reingeniería en el modelo capitalista producto de las crisis históricas acumuladas, las mega-corporaciones de Silicon Valley apuntan cada vez más a una utopía tecnológica, un «ciberfetichismo» que convierte al internet en la fuente de soluciones de todo mal. Sin embargo, se trata del último tren de un régimen en descomposición que apuesta al solucionismo tecnológico bajo prácticas monopolistas de precarización laboral. Y con la crisis de Covid-19 aceleró la relación con los sistemas de comunicación digitales reemplazando los espacios de socialización tradicional por ecosistemas digitales como Facebook, Instagram y WhatsApp (concentración monopolista), sólo por mencionar algunos.

Con la “actualización” en las políticas de privacidad de WhatsApp, algunas personas entendieron que para continuar desarrollando una vida social digital que conlleva actividades profesionales —de ocio, cultura y educación— deben aceptar los términos y condiciones impuestas por grandes corporaciones que se benefician del radical socavamiento de los bienes comunes que hoy les permite dominar sectores comunicacionales y de información.

Las grandes corporaciones tecnológicas cuentan con información milimétrica de los usuarios que ningún otro organismo internacional público o privado tienen, lo que reaviva la discusión central de “viejos” problemas: ¿quién posee los medios de producción y bajo qué intereses? ¿medios de producción o de explotación?

No es inofensivo dotar a una empresa de una serie de características que nos describen para la personificación de publicidad en redes sociodigitales, también puede contribuir a la difusión de discursos que influyen en la toma de decisiones. Y aprovechando que las personas discuten actualmente sobre la hegemonía de un oligopolio de redes sociodigitales como WhatsApp, es quizá momento de reflexionar sobre nuestra dieta hipermediática: tuvo que pasar algo terriblemente trágico como una pandemia para que se hiciera realidad las fantasias «internetcentristas» de los imperios siliconianos que urgen por colonizar digitalmente nuestra vida cotidiana.

 

Ecosistema Digital

Carlos Miguel Ramos Linares

@cm_ramoslinares