En torno a la tienda de don Pepe hay muchos recuerdos de los niños de una colonia popular de las que abundan en la periferia de las ciudades de nuestro país.

Siempre amable y atento, don Pepe platicaba del balón y de sus tiempos en fuerzas básicas del Atlante. Se fajaba al charlar en política, presumía sus conocimientos sobre box y de su especialidad: las carnes. 

Don Pepe comenzó vendiendo verduras, luego abarrotes, hasta que se convirtió en carnicero de tiempo completo. Los domingos tomaba la calle para ofrecer desayunos con los productos de su miscelánea preparados con la receta especial de su esposa, doña Mari.

Ella, por su parte, primero vendía esquites, luego zapatos y ropa; finalmente entró a un negocio multinivel sin muchos réditos. Junto a su hija y su nieta, desde hace unos seis meses, llevan la tienda solitas, aunque ya no venden carne. Don Pepe fue una de las miles de víctimas fatales de la pandemia de Covid-19 y la vida de las tres mujeres dio un giro radical.

La señora comparte su testimonio en un video a la familia para invitarlos a vacunarse. “A mi Pepe ya no le tocaron las filas para la vacuna contra Covid, yo me la pongo por mí y por mis niñas”.

En el video de apenas 10 minutos, coincido con ella en que todos quisiéramos que, a nuestros adultos mayores, padres, tíos, abuelos, les tocara ya su dosis y que no tuvieran que hacer una fila de horas bajo el sol. Sobre todo, para evitar perder a los nuestros en este doloroso tramo de nuestras vidas.

“Quizás no haya mucha opción”, dice y termina contando el doloroso último tramo de la vida de su esposo, su compañero de más de 35 años de vida.

La calle donde los dos adultos mayores vivieron los últimos 15 años, espacio de épicos partidos de fútbol de la cuadra, bailes por las fiestas decembrinas y casi un mercado rodante los domingos, de un día para otro amaneció en soledad.

Entre la conversación tras lo escuchado, pienso que no deberíamos permitir que un sector fanatizado defienda la precariedad del sistema de salud y que imponga las filas como una escena más de la lucha de clases en México, aunque al mismo tiempo, creo que es fastidioso el oportunismo de quienes quieren ver un país modernizado en un instante habiéndolo dejado casi en ruinas.

Junto a la casa de don Pepe hay una escuela; apenas el lunes al mediodía se juntaron allí militares y enfermeras para aplicar las primeras dosis de la vacuna de la farmacéutica Astra Zeneca. Doña Mari fue la cuarta en la fila y tuvo que esperar un par de horas. “Nada insoportable”, dice.

Pide no dejar que se lapide a quienes encabezan la labor a ras de tierra: doctoras, camilleros, personal de mantenimiento, enfermeras de las ciudades apartadas, que los reconoce como quienes le salvaron la vida.

“Me siento como atendida VIP”, explica con una sonrisa que disimula el dolor que la habita, mientras los ojos de sus niñas que apenas y se ven detrás del cubrebocas, finalmente, han tenido un momento de paz.

 

@Olmosarcos_

Máscaras por Jesús Olmos