La eventual fragmentación en la alianza electoral entre el PRI y PAN (PRD no cuenta) para competir en la elección por la joya de la corona en el proceso local de junio próximo en la capital, dejó al desnudo un conjunto de variables de invaluable valor.
Quizá de las más enigmáticas: el silencio de los soplones en el propio Partido Acción Nacional que han recurrido a la insidia para debilitar a una dirigente que tampoco necesita de gargantas profundas para debilitar su propio liderazgo, construido por un sujeto sometido a diversos procesos por delitos como Eukid Castañón.
Al mismo tiempo permitirá ver de qué están hechos los dos más mencionados aspirantes a la candidatura presidencial de la alianza opositora al Movimiento de Regeneración Nacional: el panista Eduardo Rivera Pérez por el PAN; y el priista José Chedraui Budib.
En el fondo, Genoveva Huerta abrazó la idea de impulsar al empresario Chedraui Budib, que vivió su mejor esplendor en la campaña de Enrique Peña Nieto cuando fue nombrado oficialmente como el responsable del tradicional “pase de charola”.
El panista Rivera Pérez es un perfil más acondicionado a la lucha desde la oposición de un panismo doctrinario del que casi nadie tiene registro en los tiempos nuevos, cegados por una oposición vociferante, carente de un ideario y menos de una plataforma idónea frente a una sociedad cada vez más secular.
Chedraui Budib y Rivera Pérez serán los primeros saldos negativos de una coalición impensable en un escenario de lucha electoral en el que, hasta hace poco, privó un bipartidismo que llenó de agravio y hasta insulto personal al otro.
Pero también quedarán exhibidas las dirigencias partidistas como Genoveva Huerta en el PAN y Néstor Camarillo en el PRI, afiles de dos dirigencias improvisadas y nóveles en la escena nacional: Marko Cortés y Alejandro Moreno (el abrepuertas en el Senado).
Dueños de un pragmatismo sin rubor, tejieron una coalición opositora sobre la base de una línea discursiva lejos de ser aceptada por la militancia de ambos partidos políticos.
Sin un mínimo impulso por aceptar que hay profundo desconocimiento en las militancias respectivas, ofrecieron una alianza opositora de ocasión, como si las militancias de uno y otro pudiesen ser “integradas”.
La fractura existente en ese intento de amalgamar en la capital a dos franquicias electorales usualmente antagónicas no hace, sino confirmar, la falta de capacidad de operación política en las dirigencias estatales del PRI y PAN.
Pero al mismo tiempo pone de manifiesto en el rechazo natural de hacer converger intereses políticos y programáticos de dos partidos políticos divididos hasta en el tono cromático que los distingue: azul y rojo.
Ahora corresponderá a José Chedraui, el más panista de los priistas, si es que se siente con los suficientes arrestos para enfrentar al partido en el poder y su propuesta para continuar el gobierno de la Cuarta Transformación sin el apoyo del pragmatismo de la corriente de José Antonio Meade.
Y lo mismo con Eduardo Rivera, el panista a quien era difícil ver en la boleta del PRI.
@FerMaldonadoMX
Parabolica.MX por Fernando Maldonado