Son al menos dos métodos identificables que contribuyeron al proceso de digitalización en internet. El primero, la tecnología de búsqueda, que su función principal es colocar resultados informativos personalizados según cómo percibimos el mundo; el segundo, la tecnología de la reputación, la cual ofrece al mundo la manera de cómo somos percibidos por otros en una sociedad que reinventa las clases sociales a partir de ser evaluados.

Estos dos métodos tienen dos consecuencias sociales. Por un lado —y al ser emocional— la realidad es deformada, pues opera contra el desarrollo de los sentidos reflexivos del conocimiento; y por otro, la capacidad predictiva de los algoritmos en búsquedas inhibe la reflexión teórica-teleológica, categorizando al conocimiento en la innecesaria cavilación de los resultados.

No tener conocimiento de estos factores al momento de manipular instrumentos digitales hace indistinguible al ciudadano de su entorno, pues su percepción del mundo, así como su reputación, se limita a la información estructurada matemáticamente presentada por los algoritmos que homogeneizan un conjunto de la realidad.

Sin embargo, no sólo se deforma el ejercicio de la democratización del conocimiento, también al individuo y sus relaciones interpersonales. La tecnología tiene un carácter viral (parasitario) propio de la ecología de los medios; es decir se beneficia de la misma vida del usuario que es denigrado en una cosa, un producto.

Es así que la tecnología, en su afán de captar la mayor cantidad de información de quien la consume, se vuelve adictiva con la finalidad de monopolizar la atención absoluta del ciudadano. Luego, la información es vendida a brókers de datos, al tiempo que funciona como objeto de aprendizaje computacional del algoritmo que mejora progresivamente con más información.

Aunque la información sea falsa o polarizante, los algoritmos tienen como principal finalidad el multiplicar contenido para optimizar el tiempo de exposición tecnológica de los usuarios. En este sentido, los más vulnerables son los menores que en el contexto pandémico intentan aprender con tecnologías persuasivas y adictivas que lucran en la economía de la atención. Las tecnologías digitales no son simples herramientas para la solución de un problema; más bien, son instrumentos que promueven la dirección de la acción del usuario.

Como se lo preguntaba Postman: “¿Convertirán los ordenadores el egocentrismo en una virtud?”. Un individuo navega hacia su cómodo mundo particular, dormido, aletargado, carente e inconsciente de un mundo colectivo. Es cierto que con la digitalización se avanzó de la escasez a la abundancia de la información. Sin embargo, y paradójicamente, dificulta la racionalidad a consecuencia de la personalización de la realidad.

La tecnología es adictiva en un nivel pre-reflexivo, pues no da tiempo a la razón. Presenta información, pero el conocimiento requiere de un sujeto que seleccione y juzgue.

Ecosistema Digital

Carlos Miguel Ramos Linares

@cm_ramoslinares