Te partiste la madre como nadie, fuiste un padre de otra galaxia, siempre nos sacaste de apuros con el característico “chingao, ¿cuánto me va a costar?”.

Ver las muestras de cariño tras tu partida, las palabras que te dedican, cómo se deshacen en elogios por tu trabajo y persona. Qué chingado orgullo ser tu hijo, Felipe Arturo, como te decía cuando bromeábamos.

Duele el alma porque no te veré nunca más. No me gritarás por la ventana de la cocina: “Fredo, ¿ya pusiste gas? Ponle, no seas gacho y mañana a ver si te lo deposito”. No habrá más “vengo cansado, mil problemas en la chamba, ya sabes, voy a trabajar un rato más, ver mi canal y ponerme a leer, pero bueno, ¿cómo está mi princesita?”

Al abrir la puerta para buscarte ya no estarás, ya no te gritarán “abueillo”, ya no le harás cosquillas entre el vidrio de la cocina a tu princesa. Esas escaleras de madera extrañarán los pasos cansados tras jornadas intensas y el “Fredo, ¿por qué apagaste el calentador?, déjalo en piloto. Chingao, esto no prende”.

Ya no escucharé los estornudos y juntas por teléfono a las 7 am y el azotón de la puerta del baño a las 4 am. Ya no habrá más partidos del Puebla con cacahuates, pepitas, “¿no tienes coca light hijo?”. Caro ya no te hará tus quesadillas que con tanto pesar te comías “ay, mija, yo ya no ceno. Me haces pecar, pero gracias”.

Ya no me despertarás a las 7:30 am “quiobo, chango. Ya levántate. Yo ya tuve tres juntas y tu jetón. Oye, ¿a qué hora juega México?”. Ya no me hablarás tras una junta para contarme tus logros en Radio Fórmula y tus estadísticas mensuales presumiendo tu alto rendimiento.

Ya no habrá esos asados en casa, ni “hijo, ¿vienen a comer? Pedimos unas cemitas o unos tacos árabes. Aquí ya te tengo tu roncito para que te despaches. Pero traes a mi princesa, si no, ni te molestes en llegar”.

No ha pasado ni una semana y asimilar tu partida es tarea imposible. Un día antes te vi muy mal pero me tomaste de la mano y como pudiste soltaste: “todavía aprieto, cabrón. Te quiero, mi flaco. Apágame la luz, quiero dormir”.

Me duele que ya no conocerás a tu proxim@ niet@ pero siempre le contaré a mis hijos que su abuelo fue un hombre espectacular, de una sola pieza que sacaba fuerzas de donde pudiera para siempre ayudar.

Carajo, te fuiste tan pronto. ¿Pero sabes algo?, me reconforta saber que ya estás sentado en la misma mesa que Arturito, tu hijo a quien perdiste apenas a las 5 años y hoy lo disfrutas cara a cara. Le volviste a dar una palmada en la espalda a nuestro Cacho, tu sobrino, y estás junto a Sarita García, tu madre, la gran abuela, y el abuelo ‘calambas’.

Resta decirte, gracias por tanto, papito. Gracias por tu amor incondicional, por ser el mejor padre, el mejor ejemplo, mi guía, mi maestro y, ahora, mi mayor ángel. Nunca me sueltes, por favor.

Descansa en paz, papito. Te amo.

 

Por Alfredo González

@AlfredoGL15