Alberto es un nombre que ha rodeado la vida de quien esto escribe por varias circunstancias. Beto ha sido, al mismo tiempo, un abuelito cariñoso, aunque áspero y firme, que un niño inquieto, juguetón y con una imaginación sin límites, o que un hombre en busca de su sonido por toda América Latina.

Ayer, uno de estos personajes cumplió años, 59 nada más, y lo hizo recordando un episodio curioso de su vida. Mientras ungían en su frente los aceites celestiales para confirmar una fe arraigada, pero ajena, en las calles del país susurraban los avisos de un movimiento estudiantil sin precedentes en 1968.

“Te digo la verdad. La masacre del 68 no figura en mi memoria”, charla conmigo a distancia sobre el episodio del que aún guarda una fotografía amarilla.

La vivencia personal refleja varios aspectos de un México que hoy pareciera en el olvido. El más imperioso es, sin ninguna duda, el de la necesidad.

“Nosotros llegamos del campo a la ciudad en 1966, directamente de la serranía y la preocupación de mi madre era una sola: cómo le iba a dar de comer y vestir a sus 4 hijos”.

Me contó que, durante sus primeros dos años, su madre lavaba ropa ajena para darles de comer. Eran una familia numerosa, en un presente extraordinario y con mucho menester.

Era el contexto de un país al que le pasaba todo: la prensa independiente era casi inexistente. Todos los medios masivos estaban a favor del gobierno. Se vivía bajo el yugo de un telesistema de gobierno, que era el portavoz de un solo partido aleccionando a su pueblo.

De ello derivaba, también, la indiferencia por las luchas sociales. No era por desdén, sino porque las prioridades eran diferentes. Había que pensar primero en llevar el plato a la boca y luego en imaginar un mundo alejado de la represión por la simple expresión de las ideas.

Lo mismo pasaba con Alberto, el abuelito zapatero, a quien su vida se le pasaba entre el juego de cartas, las máquinas de colocación de cuero y una afanosa vida familiar.

Un hombre que tuvo que vivir la cárcel en los tiempos de la post revolución, alejado de la violencia exacerbada por los cacicazgos heredados, cuya vida residía en llevar el danzón en los pies y la honradez en su corazón.

Y del pequeño ni qué decir, la vida sigue pasando lejos de su entorno, mientras los partidos se alistan para una nueva jornada electoral y la guerra política hierve, el pequeño no sabe cuándo regresará a la escuela, mientras su familia no ve en el corto plazo la necesidad de enviarlo a las clases presenciales.

Para la gente, sigue estando lejos de ser prioritario un periodo nuevo de campañas y una nueva batalla electoral.

Para este mes de junio, los partidos tendrán que inventar nuevas estrategias que atraigan a los votantes distraídos en cosas verdaderamente importantes de la vida. La gente quiere no contagiarse de Covid-19, aliviar su mermada economía o trazar una ruta hacia el futuro, por incierto que sea.

 

@Olmosarcos_

Máscaras escribe Jesús Olmos