“Me dijo al partir, estoy muy segura, nos volveremos a ver y grabé su voz de papel, su olor en mi piel”: Diego Torres.

La vida tiene estos tintes contrastantes que no te permite la felicidad absoluta. Queda abrazarse a la idea espiritual de “así lo quiso Dios” o al “ese es tu destino” para no seguirte cuestionando el por qué de las cosas.

Los sitúo en abril de 2016, cuando los 93 años (casi 94) le pasaban factura a mi abuela que, por más fuerzas y ánimo que le ponía a la vida, al verla, cada vez quedaba con menos mecha para sostenerse erguida. Par de semanas en el hospital y retorno a su casa de donde, estaba segura, quería trasladarse al ‘Francés’ para su morada final.

Con la poca voz que le quedaba, seguía contando historias fantásticas, recuerdos que siempre admiré y aunque a veces le decía “abuelita, ya me tengo que ir”, disfrutaba tanto los detalles de sus relatos hasta la puerta, “ya no te quito más el tiempo, niño”

-Compadre, ¿cómo verías estar en Madrid en semana y media por los próximos dos meses y medio? – y el mundo se me movió al mil por hora, en uno de los momentos más apremiantes. La idea de irme y no volverla a ver me abrumaba al grado de pensar en la posibilidad de no viajar, a pesar de la magnitud de la oportunidad. Corrí a Puebla a contárselo.

-Estoy muy orgullosa de ti. Esta oportunidad es gracias a tu trabajo, no lo pienses, vete, que yo me quedaré feliz por lo que has logrado-, dijo entre lágrimas.

Entre coberturas en Madrid, Barcelona y Granada, todo marchaba conforme a lo esperado pero las llamadas a Puebla no representaban un motivo para tener felicidad absoluta. Milán era la siguiente parada para la final de la Champions League. El 25 de mayo fue el día más caótico con grabación, caminata por más de 10 horas y otra hora y media perdido para llegar al departamento. Los datos del celular dejaron de funcionar justo cuando, por error, descendí del tranvía 3 estaciones antes.

Justo al abrir la puerta del departamento, entendí por qué no debía llegar.

-Revisa tu Whatsapp, sugirió mi madre.

El momento había llegado y no había más que soltar unas cuantas lágrimas, desear que descansara en paz y tratar de dormir con ‘Tal vez’ de Diego Torres de fondo y esperar al día siguiente, porque la función debía continuar y había que cubrir una final de Champions League en dos días.

El primero de mayo de 2016 fue el último día que la pude abrazar, que la pude besar, que la tomé de la mano y por supuesto, que guardé su voz: “Mi niño, que Dios te bendiga. Aquí te espero para que me cuentes cómo te fue”.

 

Por Alfredo González López

@AlfredoGL15