La idea meritocrática de que la distribución de bienes y beneficios está basada en el talento, esfuerzo y dedicación individual —así como en estrategias mercadológicas de «coaching» de vida— constituye el principio que legitima la distribución desigual de la riqueza en sociedades modernas y representa un mecanismo de reproducción de la misma.

En las últimas décadas, las ciencias sociales han abordado las marcadas desigualdades socioeconómicas —que caracterizan a las sociedades como México— y que indican que las preferencias y percepciones de la meritocracia son constructos distintos. Por ejemplo, quienes perciben adecuadamente el funcionamiento meritocrático, también perciben menos desigualdad social.

Las desigualdades son transformadas en estímulos con características adscriptivas —como riqueza heredada, raza, clase social, etnicidad— que abren paso a los criterios del mérito individual, como el esfuerzo y talento, para que los individuos se autorregulen y gestionen sus propios riesgos, a través de la competencia y la creatividad (o cualquier otra variable que se mantenga en los límites jurídico-sociales). Así, la meritocracia se legitima a través del discurso capitalista que concibe al individuo como empresario de su propia vida.

Una de las implicaciones sociales, derivado del advenimiento de la modernidad, es la necesidad de generar mecanismos que permitan la asignación de recursos de forma desigual, pero sin recurrir a la dominación coercitiva. Este principio de mandato —que apela a la capacidad, recursos personales, esfuerzo, perseverancia, instinto— funge como elemento legitimador de la jerarquía de estatus arraigada en sociedades democráticas modernas que promueven una percepción de «justicia social».

Por lo anterior, podemos analizar a la meritocracia en el marco de la perspectiva normativa que tiene características jurídicas y de principios de equidad o igualdad proporcional al talento, esfuerzo y de otros criterios. También se puede analizar desde las nociones descriptivas, que se estudia desde las implementaciones de movilidad social, estratificación y la reproducción del estatus quo. Y finalmente, desde una perspectiva subjetiva basada en «deprivación relativa» y la teoría de la equidad de Adams, la cual se refiere a la interiorización como un principio de deseo para generar justicia. Es decir, la relación mérito-recompensa.

Es así que las aseveraciones como: «la desigualdad es un simple problema de envidia, el problema fundamental es la pobreza, pues se trata de un problema de dignidad», son percepciones emitidas a partir de un agencial individualismo instaurado en la razón instrumental que privilegia la utilidad de la acción alienada para la obtención de un fin determinado que satisface las necesidades unidimensionales de pensamiento y comportamiento.

 

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Carlos Miguel Ramos Linares
@cm_ramoslinares