Lo que comenzó con un episodio traumático, protagonizado por el danés Christian Eriksen en el Parken Stadion de Copenhague, con el paso de los partidos, devino en una de las mejores versiones de la competición reina del fútbol de Europa a nivel selecciones.
Es cierto que, una vez superada la etapa de octavos de final, en el camino se han quedado plantillas a las que estamos acostumbrados verlas, si no conquistar, sí encontrarse en esa constante disputa de las etapas decisivas y trofeos.
Tan sólo por nombrar algunas: la vigente campeona, Portugal; la actual campeona del mundo y favoritísima al título, Francia; la eterna apuesta segura, Alemania; la por muchos considerada como ‘tapada’ a la corona, Países Bajos; y con ellas, grandes estrellas contemporáneas y futuras leyendas de este deporte: Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, Kylian Mbappé, Toni Kroos, Joshua Kimmich, Frenkie de Jong o Memphis Depay, entre muchas más.
Sin embargo, sería triste el ignorar historias preciosas que, a lo largo de los últimos días, se han ido escribiendo de manera más que excitante: la misma Dinamarca, hoy colocada en cuartos de final con la ilusión en volandas y ‘el corazón imvencible’ de Eriksen a la distancia; la República Checa de la revelación Patrik Schick; la emocionante Bélgica del español Roberto Martínez, conducida por Kevin de Bruyne, cobijada por el hoy en día mejor portero del mundo, Thibaut Courtois, y temida por la bestia Romelu Lukaku. La resucitada España, con la perla infantil blaugrana Pedri como batuta; la insospechada Suiza de Haris Seferovic, Xherdan Shaqiri y Granit Xhaka; la eternamente esperada Inglaterra, hoy liderada por Gareth Southgate en el banquillo y Harry Kane, Raheem Sterling, el último invento bielsista Kalving Phillips y el ‘peaky blinder’ de las medias atascadas en las espinilleras, Jack Grealish, en el campo.
En la edición 2004 (Portugal), durante el debut de la Azzurra ante Dinamarca, este mismo torneo me arrebató la alegría después que mi ídolo Francesco Totti (el mejor de todos los tiempos) fuera duramente sancionado (3 partidos de suspensión) tras agredir a Christian Poulsen con una ‘plancha’ al tobillo y un escupitajo en el rostro, aniquilando así las aspiraciones de Italia (posteriormente, eliminada en fase de grupos) y, lo peor de todo, echando por la borda su inminente traspaso al Real Madrid de los Galácticos, a pesar de estar convertido en ese entonces, sin oponente alguno, en el mejor futbolista del planeta.
Diecisiete años después de aquel torneo tan decepcionante, el mismo que vio aparecer por primera vez a Cristiano Ronaldo en una cita importante con su selección; de aquella Grecia campeona contra todos los pronósticos; con el corazón del balón Roteiro gris y el bello coro de Forca de la portuguesa-canadiense Nelly Furtado, aún anclado en la cabeza y el recuerdo de aquellos Total 90 blanco con rojo de Nike —que nunca supe dónde quedaron—, nuevamente con los daneses como personajes medulares de la aventura e Italia, ahora sí, con las aspiraciones intactas de salir campeona, la Eurocopa me ha regresado la sonrisa que me debía.
Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.
Atando Cabitos escribe Miguel Caballero