Hace dos años que Miguel Barbosa advirtió que el poder público no estaría rodeado de fatuidad, y hasta el día de hoy todo sugiere que así ha sido.

Esa había sido la premisa que planteó en dos escenarios diversos el 1 de agosto de 2019, al llegar a la titularidad del Ejecutivo después de una larga disputa política y electoral.

Primero ante la Cámara de los Diputados, en un Congreso marcado por una mayoría morenista, pero dividida por el celo y los apetitos de legisladores para el olvido, como José Juan Espinosa y Héctor Alonso; pero también rodeados de simulación por herederos del tufo cleptocrático de los grupos de Rafael Moreno Valle y Antonio Gali: Marcelo García Almaguer y Oswaldo Jiménez.

No era un cliché el de aquel Barbosa cuando marcó los ejes de su actuación como gobernante. Símbolo del nuevo tiempo, dejó de utilizar los helicópteros como medio de transporte unipersonal y hasta dejó las camionetas Suburban color negras que dictan dureza, poca empatía y prepotencia.

Despojó del misterio y poder omnímodo Casa Puebla, la imponente construcción que guarda vecindad con los Fuertes de Loreto y Guadalupe, desde que ahí comenzó a despachar Melquiades Morales y sus sucesores, para convertirla en oficinas públicas.

En cambio, devolvió el ejercicio de gobierno a Casa Aguayo, el histórico inmueble que fue conocido por haber sido una vecindad de la Puebla antigua, llena de gente pobre y habitualmente al servicio de la clase media y perfumada.

En sus dos años de gobierno, que se cumplen este domingo 1 de agosto, no ha habido un solo día en el que no tenga batería ni pertrechos contra quienes formaron parte de un sistema que permitió el enriquecimiento impúdico y abusivo de personajes claramente identificados en detrimento de las finanzas públicas.

Un día son contra las cámaras empresariales y sus liderazgos, acostumbrados a tener derecho de picaporte de las puertas del poder y el cabildeo; otro, contra priístas, panistas, perredistas… y hasta morenistas de angora que, como la fábula, se vistieron con piel de oveja para esconder los motivos del lobo.

El desempeño de Barbosa ante el surgimiento de la pandemia es un capítulo que no puede pasar inadvertido. De los 24 meses que cumple este gobierno, 16 han requerido enfrentar escenarios inéditos por el surgimiento del Covid-19.

Confinamiento, pérdidas de fuentes de trabajo, paralización económica, saturación del sistema hospitalario y desdén social; caso aparte, el individualismo desbordado ha estado presente desde marzo de 2020.

Es probable que al domingo del segundo año de gobierno, el número de decesos haya alcanzado los 13 mil, pues el último reporte del Sector Salud del jueves era de 12 mil 952, no obstante los llamados reiterados a guardar disciplina social.

La crisis de salud lo es, también, de ética pública y social. La voracidad de quienes en el pasado habían hecho negocios en periodos críticos ha sido frenada, no sin dificultad.

Con lo único que no ha podido, es vencer la resistencia de un sector de la sociedad acostumbrada al privilegio y la componenda, un tema sobre el que ha hablado en reiteradas ocasiones.

En el corte de caja, tras dos años de la instauración de la Cuarta Transformación en Puebla, el saldo se mide según el lado de quien ha atestiguado la historia.

Existe un grupo pequeño de quienes antes figuraron en las nóminas y acuerdos debajo de la mesa que añoran el régimen vencido en la elección extraordinaria de 2019.

Otros, en cambio, sin más recursos retóricos que la palabra que va de boca en boca, celebran que haya llegado un gobernador con tono regañón y hasta con rudos modos, pero fiel a su empeño: primero los pobres.

 

@FerMaldonadoMX

parabolica.mx escribe Fernando Maldonado