En Lavinia, la escritora estadunidense Ursula K. Le Guin da voz a “la última mujer de Eneas”, así mencionada en la Eneida de Virgilio, quien al tomar las riendas de su propio destino desata una guerra en Lacio, una de las regiones itálicas que, años después, dará lugar a lo que hoy conocemos como Roma.
El drama de Lavinia (protagonista de esta historia y quien da nombre al título de Le Guin publicado en 2008), comienza al rechazar el matrimonio impuesto por su madre con el apuesto y codicioso Turno, su mejor pretendiente, pues al hablar con “su poeta” (Virgilio) en diversas apariciones, este le ha dicho que deberá desposarse con un extranjero.
Al relatar la batalla entre los guerreros huidos de Troya (liderados por Eneas, el que ha de ser su futuro marido) y los lugareños, campesinos influenciados por los griegos y los etruscos, todos ellos liderados por Turno, Lavinia hace énfasis en la actitud de uno de los luchadores, quien a pesar de ejercer semejante rol de potencial víctima o victimario, acusa extrañeza al encontrarse entre la vida y la muerte:
«Me pregunté por qué un hombre dispuesto a ir a la batalla esperaba no salir herido. ¿Qué clase de batalla creía que iba a encontrar?», dice Le Guin, a través de Lavinia.
Al igual que a aquel guerrero herido y desconcertado, la frase me ha quedado clavada, sirviendo de catarsis y reflexión no solo por la lectura, sino por en todo lo que puede aplicarse; por supuesto, a la vida y al futbol, que en muchas ocasiones suelen ser lo mismo.
Mis dos grandes pasiones (futbolísticamente hablando) atraviesan por coyunturas completamente distintas, pero no por ello exentas de semejante cita, tan preciosa como bélica; tan antigua como acertada.
Por un lado, mi Puebla, que no levanta cabeza en el torneo, que ha entrado en un círculo vicioso de resultados y, salvo ciertas excepciones, de funcionamiento; que ha tenido que sobreponerse a salidas de jugadores difíciles (y necesarias), y que no ha encontrado la tecla del campeonato anterior.
Por el otro, un Real Madrid que ha sudado la gota fría durante el actual mercado con las salidas de su entrenador, Zinedine Zidane y con la de su capitán, Sergio Ramos, para luego cumplirse el capricho de fichar a la joya del fútbol mundial, por un costo que, sea el que sea, parece poco: el francés Kylian Mbappé.
Un hombre que apuesta porque sus estados de ánimo en el trabajo y en el hogar estén supeditados al caminar de su equipo de fútbol, en sí, es ridículo. En últimas fechas, trato de convencerme que mi estabilidad emocional no puede depender de eso, que es inútil y tonto.
Sin embargo, cada fin de semana, aunque sea por un instante, aunque sea cada vez menos, el absurdo me rebasa. ¿Qué clase de batalla creía que iba a encontrar al elegir este camino? ¿Por qué uno a veces espera, a pesar de ello, no salir herido?
Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.
@donkbitos16