Es decir, vivimos en una fase económica en la que el mercado es estimulado, impulsado y dinamizado por plataformas digitales que generan ciclos de acumulación capital, resultado de lógicas abstractas que configuran estructuras dominantes de nuestro tiempo y obligan a explorar nuevos modelos sociales.

El sistema actual tiene la capacidad de amplificar la oferta de un bien o servicio sin la necesidad de modificar condiciones de producción, estableciendo un umbral de estabilidad nunca visto en la historia económica, al menos eso es lo que nos cuentan. Hemos escuchado que el margen de beneficios que prometen las plataformas digitales se convierte en un vehículo que privilegia la inversión y la rentabilidad de cualquier negocio.

Lo cierto es que cada nueva etapa del capitalismo deviene en una mejora en la capacidad de acumulación de la riqueza de figuras hegemónicas. Actualmente, las principales redes corporativas digitales —siliconianas— han logrado posicionarse como monopolios naturales. Un ejemplo representativo de ello es Google, cuyo abanico de aplicaciones se utiliza como si se tratara de un servicio público. Instituciones gubernamentales, educativas, empresariales y prácticamente de cualquier otro rubro signan convenios para que esta corporación gestione sus sistemas de correo, educación en línea, creación de módulos de contenido, etcétera. Con respecto de las redes sociodigitales, como Facebook o Twitter, capitalizan el grueso de los usuarios activos en la red logrando acaparar espacio en medios masivos de comunicación.

La función de los «smartphone» es recopilar datos masivamente sobre el comportamiento de los usuarios para que miles de millones de consumidores de todo el mundo, de cualquier estatus social, normalicen la monitorización de empresas privadas sobre ese comportamiento para la personalización de mensajes publicitarios, propagandísticos o políticos, logrando uno de los sueños dorados del hipercapitalismo de plataformas: el aletargamiento o sumisión de las masas. Es decir, que la sociedad renuncie a protegerse contra las nuevas formas de control digital.

Este conformismo disfrazado de aprobación deriva porque las mismas corporaciones siliconianas son vistas como agentes de progreso tecnológico en el proceso de la democratización del conocimiento. Aceptar su tutela, guía o aleccionamiento es sinónimo de establecer ventajas multialfabetizadoras en el manejo de la tecnología. Sin embargo, existe un evidente sesgo neoliberal que convierte a las corporaciones tecnológicas —desde su posición privilegiada hegemónica y monopolista— como árbitros de la arena digital.

Actualmente, cualquier empresa, privada o pública; educativa o corporativa empresarial, compite en la dinámica de la frecuencia de anuncios para establecer interactividad con los usuarios a través de plataformas sociodigitales como Facebook, o por posicionarse en el motor de búsqueda de Google, y ser una opción “relevante” para el usuario sumiso y caprichoso que decide que los primeros resultados de una búsqueda representan las mejores opciones. Sin embargo, nadie está en condiciones reales de competir contra quienes logran establecer la economía de la atención en la red.

 

Ecosistema Digital

Carlos Miguel Ramos Linares

@cm_ramoslinares