La conducta pública de quienes ejercemos en el campo del periodismo dice todo sobre la manera de conducirse en el ámbito de lo privado, un espacio cada vez más difícil de mantener lejos de los mirones indiscretos de moral relajada y lengua de doble filo.

En las últimas semanas, ha habido piezas multimedia que corren en distintas plataformas para denigrar o descalificar a quienes, con su nombre, escriben y publican contenidos para sus respectivas audiencias y seguidores.

Un resultado del surgimiento de las plataformas digitales permite que desde el anonimato se intente agredir, acosar o descalificar a quienes reúnen fortaleza y valor para firmar el producto final de los trabajos de investigación que forman parte del interés público.

La virulencia para desacreditar el desempeño del periodista, que de manera legítima busca, hurga e inquiere, ha venido en aumento en detrimento del ambiente que priva.

A los factores reales de poder, como la clase política, delincuencia y el empresariado que suelen tomar a la mala cuando se les exhibe, ahora también hay que tomar en cuenta a una legión de idiotas que con ligereza tildan de “chayoteros”, “corruptos” o “mercenarios” a auténticos profesionales del oficio.

Ya en otra entrega se documentó la estrategia de desacreditación contra un grupo de periodistas cuando desde una oficina pública fueron incluidos en una lista negra por, presuntamente, recibir dinero de los grupos de delincuencia dedicados al huachicol en la época en que el Partido Acción Nacional gobernó a los poblanos.

No existe un mecanismo o protocolo de actuación eficaz para proteger a quienes han sido, o serán, blancos de campañas denigratorias, salvo la solidaridad gremial necesaria, más allá de la competencia natural y sana para ganar audiencias.

Pero también existen los otros, los de mente pequeña y conducta discutible que publican textos de deficiente sintaxis para descalificar políticas públicas como coartada que esconde un interés ulterior y resentimiento personal.

A esa pobre estirpe pertenecen Marco Núñez y Manlio López. Torpeza, mediocridad y ausencia de códigos deontológicos en un binomio que se exhibe reiteradamente, amparados en un fuero cuya vigencia se extinguió desde que los viejos paradigmas entraron en desuso.

El primero vio detrás de la colocación de una patrulla en una colonia popular un ángulo débil de la estrategia de combate a la inseguridad, el pretexto para revelar localización y características del domicilio particular de la Coordinadora de Comunicación y Agenda Digital, Verónica Vélez Macuil, ya de por sí ultrajado por los matarifes que estuvieron al servicio del recluso Eukid Castañón, acusado de diversos delitos en la cárcel de Tepexi de Rodríguez.

El segundo llevó a la portada del medio, que le ha permitido hacer negocios, el mamotreto mal escrito del personaje menor, consentido con denuedo por el senador Alejandro Armenta Mier. La conducta personal y pública de esta torpe alianza dista mucha de representar al gremio de profesionales del oficio, permanentemente descalificado por esa legión de idiotas.

 

@FerMaldonadoMX

parabolica.mx escribe Fernando Maldonado