La muerte volvió a dejar hacer sentir su presencia en estos días. Hace apenas unas semanas existía en el imaginario colectivo la idea inasible, llena de esperanza que ya se diluye. Se pensaba con ingenuidad que los sombríos periodos habían sido superados luego del confinamiento y segunda ola de contagios del SarsCov-2 el 28 de diciembre.
En cambio nos recuerda la fragilidad de la especie humana frente a una amenaza omnipresente como el Covid 19. La evidencia empírica nos muestra que el virus no admite diferencias de color de piel, raza, credo o condición social.
Un cálculo parcial del número de víctimas mortales de la pandemia, sólo en el territorio poblano, establece que han perdido la vida 86 personas en la última semana y es probable que este viernes la estadística arañe los 100 casos.
Los contagios ya superan los 500 al día, reportan los servicios de Salud y el gobierno retorna a convertir amplias áreas de la infraestructura hospitalaria para atender a enfermo de Covid-19 y cancelar consultas externas. La lógica dicta atender lo urgente.
Se ha demostrado que en esta nueva etapa de la larga crisis de salud, el virus se ha ensañado con los más jóvenes. El reproche es inevitable porque al llegar la tercera semana del mes de agosto, se habrán cumplido casi 20 días de que Andrés Manuel López Obrador anunció el inicio de la jornada de vacunación para jóvenes de 18 años y mas, sin que en Puebla haya sucedido.
Y sin embargo tampoco es un consuelo porque el trabajo de los distintos laboratorios comienza a parecer obsoleto frente a las nuevas variantes como Delta y Épsilon, más virulentas, agresivas y resistentes a la inmunización desarrollada por la ciencia.
La crisis de salud, gobernabilidad, económica y anímica, también lo es de los valores y principios de un sociedad porosa, frívola e individualista que proclama derechos sin el suficiente compromiso para poner de su parte en el trabajo de contención. Léase padres de familia de estudiantes de colegios privados que alentaron los viajes de recreo a destinos de playa en medio de la peor tragedia que la humanidad haya registrado en la era moderna.
“Las costuras del sistema muestran su fragilidad”, por que “la primavera se estrelló en un hospital”, nos recuerda el español Miguel Ríos en el himno de la desventura pandémica cuyo titulo es La Estirpe de Caín, en donde se “incendia el porvenir”.
Desde la experiencia personal, el saldo ha sido desalentador en esta segunda semana de agosto: en el entorno personal, familiar hemos visto partir a siete personas, unas más cercanas que otras, pero todas apreciadas antes y ahora.
Una familia por cada día de la semana que concluye este viernes ha comenzado o transita en estos momentos por el duelo tras la pérdidas de uno de los suyos. La cifra podría ser más o menos menor frente a otros núcleos que con mayor profundidad padecen las secuelas de la enfermedad, convertida en una de las tres primeras causantes de muerte.
Las redes sociales parecen más obituarios que espacios para la interacción gozosa. El dolor está ahí y la tristeza, como la muerte, acecha por todos sitios, sin distinción ni diferencia.
@FerMaldonadoMX
parabolica.mx escribe Fernando Maldonado