Dispuesto a pagar una cuota incómoda en casa, aunque de un sector estridente que de por sí lo rechaza, y también asumiendo que habrá un coletazo desde Estados Unidos, que es en realidad el precio más delicado, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha decidido buscar el liderazgo de los países de Latinoamérica.
Lo está intentado, por supuesto, por y para México, que casi siempre ha sido la punta de lanza en estas comuniones, pero también para él, que se imagina enaltecido en la memoria histórica de un futuro a mediano plazo.
Es Andrés Manuel y es la izquierda romántica que le vive en la piel y que nubla su visión respecto de países como Cuba y Venezuela, sobre quienes no tiene crítica alguna.
El tabasqueño más lúcido y elocuente, al menos en el discurso, revivió este fin de semana en la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Fue un anfitrión rotundo.
Llamó a convertir esta organización, o a una más detallada, al estilo de la vieja Europa, en el principal instrumento para consolidar a sus países y hasta generar una integración económica con Estados Unidos y Canadá, similar a la Comunidad Económica que dio origen a la actual Unión Europea.
Muy pretensioso.
En la evocación más romántica de su concepción de la izquierda, López Obrador les dio una sacudida a sus colegas, entre quienes se encontraban los controvertidos Nicolás Maduro Moros, de Venezuela, y Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, de Cuba, cuya presencia desde el 16 de septiembre en el país enardeció a los antilopezobradoristas, a la derecha mexicana y a un sector de los genuinos defensores de los derechos humanos.
Los llamó a despabilarse: “pienso, pues, que es el momento de terminar con el letargo y plantear una nueva y vigorosa relación entre los pueblos de América. Me parece que es tiempo de sustituir la política de bloqueos y de malos tratos por la opción de respetarnos, caminar juntos y asociarnos por el bien de América, sin vulnerar nuestras soberanías”, dijo el sábado en Palacio Nacional.
La aspiración del presidente es genuina, pero no es oportuna ni es tampoco integral.
Paradójicamente, la época en que el país fue líder continental de los pueblos latinoamericanos fue en la hegemonía mayor del priato más rancio.
Los Echeverría, los López Portillo, los Gutiérrez Barrios fueron anclas de discursos y amigos de dictadores en ciernes, aunque era entonces una Latinoamérica convulsionada por regímenes militares y acechada por los golpes de Estado promovidos por la CIA estadounidense.
Pero en la izquierda ha estado siempre vivo ese anhelo de ser, desde México, líder continental.
En 2019, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano encabezó en Puebla el encuentro del Grupo Progresista Latinoamericano “Progresivamente”, de líderes de izquierda.
La aspiración es legítima hoy en el presidente, en su ideología de izquierda, y es además muy viable.
Sin embargo, también es una cuerda floja, con tantos problemas en casa, con tantos migrantes fuera, con sus dólares y sus remesas manteniendo cientos de miles de hogares en México.
Es una apuesta demasiado audaz, porque se camina sin red.
Piso 17 escribe Álvaro Ramírez Velasco