La manera en que predomina la utilización de la Inteligencia Artificial (IA) se convierte en una inminente amenaza a los usuarios, no desde un sentido hollywoodense en el que las tecnologías conscientemente amenazan la supervivencia del ser humano. Más bien, desde el sentido en que los desarrolladores programan a la IA para optimizar cualquier tarea, por absurda que sea y a cualquier costo.

En ese sentido, las consecuencias de la algoritmizaciónprovocan, entre otras cosas; la indiferencia de otros prismas de la realidad del ser humano. El precepto de un algoritmo se desarrolla bajo las condiciones de lograr objetivos, y al mismo tiempo optimizarlos, pero para lograr este último; el algoritmo necesita aprender de acciones estandarizadas para luego encontrar la “mejor” solución pese a ser perjudicial.

El algoritmo de las redes está regido bajo el criterio de mejorar la experiencia del usuario en las plataformas socializadoras digitales. Para cumplir este objetivo, requiere, en primera instancia; recopilar la mayor cantidad posible de información sobre el usuario, para después proporcionarle contenido personalizado que se adapte a sus preferencias y que intrapersonalmente libere cantidades necesaria de dopamina para permanecer hiperconectado, incluso, bajo expensas del bienestar individual y colectivo.

Con el caos generado por el colapso de las redes sociodigitales como Facebook, Messenger, Instagram, WhatsApp y Oculus el pasado 4 de octubre se evidenció que la algoritmización que rigen las redes no concibe la «tecnoadicción», depresión, disfunción social, polarización social, exteminismo e incluso la viralidad de la «infodemia». El algoritmo simplemente cumple el objetivo para el que fue creado.

Sin afán de ficcionar, en otras entregas hemos resaltado la crítica al uso perverso de figuras hegemónicas en espacios mediáticos e hipermediáticos. Como en su momento, el análisis de la narrativa The Hater, del director Jan Komasa, que basa el poder sociodigital en una de sus características cuantitativas, la masificadora.

Es decir, las redes sociodigitales tienen la oportunidad de dejar de mostrar contenido violento a quien consume violencia. Sin embargo, no lo hace porque comercializar la vida resulta más satisfactorio al corporativismo siliconianoque la seguridad del usuario.

De alguna forma, Mark Zuckerberg —por ponerle un rostro representativo de la posmodernidad en la tecnología, amigo lector— dejó al descubierto su capacidad de imponer sus intereses a partir del control de los medios (hipermedios) de violencia simbólica en los algoritmos malditos.

Ecosistema Digital

Carlos Miguel Ramos Linares

@cm_ramoslinares