Casi todos los integrantes de la clase política que en 1994 se entusiasmaron con la candidatura presidencial de Luís Donaldo Colosio Murrieta están en retiro. Casi no existe en México un integrante de esa familia revolucionaria que no tenga un pasaje con el malogrado abanderado presidencial.

En Sonora, Manlio Fabrio Beltrones y el actual gobernador, Alfonso Durazo; en Puebla, el exsenador Germán Sierra o el exdiputado federal, José Alarcón; en Veracruz, Juan Maldonado Pereda, o el exgobernador Patricio Chirinos Calero. Ya ni decir Agustín Basave, exdirigente del PRD. Las viudas de Colosio, se les decía.

Otros tantos han fallecido. Ahí está el rival insomne, Manuel Camacho Solís, exregente de la capital del país, que terminó por romper con el grupo de Carlos Salinas de Gortari, líder de esa corriente tecnócrata priista.

El político priísta, que llegó a ver “un país con hambre y sed de justicia” en ocasión del aniversario de la fundación del Partido Revolucionario Institucional en marzo de ese fatídico año, se habría convertido sin lugar a duda en presidente de México, de no ser por la bala en la cabeza que disparó Mario Aburto Martínez, el asesino solitario a quien la Cuarta Transformación pretende poner en circulación otra vez.

Aunque el recuerdo del priísta, oriundo de Magdalena de Kino, Sonora, se desvanece con el tiempo, no deja de ser paradójico que su primogénito, Luís Donaldo Colosio Riojas, haya aparecido en tercer lugar en la encuesta de preferencias rumbo a 2024 del diario Reforma.

La sorpresa no llega sólo ahí. El joven de 37 años tiene empate técnico con dos punteros en Morena: el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón, y la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheimbaum. Según la medición, el primero tiene un 31 por ciento; la segunda 30, y Colosio Riojas, 27 puntos.

Colosio Riojas tiene 36 años de edad y es presidente municipal de Monterrey, la capital que gobierno Samuel García, en cuya medición apenas tiene un 10 por ciento de intención de voto para dentro de tres años.

Quizá el más grande de las sorpresas que originó la aparición del joven político, marcado por el infortunio del padre asesinado y su madre, Diana Laura Riojas –fallecida poco tiempo después de los hechos violentos de Lomas Taurinas, en Tijuana-, es el nivel competitivo que tiene frente a un viejo adversario de su padre, el canciller.

Ebrard Casaubón creció en la vida pública del país junto a la de Camacho Solís y abrazó, igual que aquel, la causa que buscaba el cambio de candidato presidencial en ese año convulso marcado por la irrupción del EZLN y la muerte del propio Colosio Murrieta.

Para nadie fue ajeno ni desconocido que como comisionado para la Paz en Chiapas, Camacho y Ebrard hicieron contra campaña en detrimento de los esfuerzos del abanderado presidencial que recorría el país, mientras los reflectores apuntaban a Camacho en Chiapas.

Haberlos enviado a ese estado por el presidente Carlos Salinas no sólo no consiguió pacificar al movimiento insurgente, sino que alimentó el imaginario con un mito pernicioso: Colosio Murrieta había caída víctima de una trama del poder por el discurso del 6 de marzo de ese 1994. Un Colosio parece estar de vuelta 27 años después.

 

@FerMaldonadoMX

Parabolica.mx escribe Fernando Maldonado